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DAEDORN´S TALES: LIBRO 2 - CAMINO (PARTE 2)

 

 



DÍA II: LOS VIAJEROS

Las horas pasan, se suceden entre la lluvia intermitente y el aire frío sobre sus mejillas desprotegidas. Tras el descubrimiento del tempo el grupo ha retomado la marcha con normalidad y no le ha faltado trabajo para seguir adelante con el carro debido el mal estado del camino y el tiempo, que solo ha empeorado cada paso debido al barro que acumula. Grokar, sin duda el más fuerte de ellos, ayuda en repetidas ocasiones para continuar el avance mientras que Rundar y Dinadar suelen mantenerse en el pescante delantero, turnándose para conducirlo.
En el techo del carromato élfico Nimrod permanece tumbado, revisando sin cesar la extraña caja y devanándose los sesos buscando una forma de abrirla, por el contrario, en el interior, Sailzan y Evelyn descansan cómodamente (mientras Grokar continúe fuera, al menos); la humana no parece demasiado contenta con su acompañante mestizo y su verborrea sobre el Sacrosanto pero al menos se encuentra sentada sobre cojines de calidad.

El trayecto se antoja monótono pero todos tienen la sensación de que algo les acecha constantemente y las pesadillas de recuerdos funestos del pasado les acompañan en cuanto cierran los ojos. Es como si ese ser les siguiese con la mirada.

Finalmente, tras toda una jornada de duro trayecto bajo las inclemencias del tiempo, parece que la noche les brinda algo de tranquilidad, deteniéndose la lluvia y dándoles tiempo a montar un improvisado campamento. Aún tienen suficientes provisiones para todo el viaje y, aunque Grokar y Rundar comen opíparamente, no tendrán necesidad de cazar o avituallarse antes de llegar a Bastión de Muerte.

 

 

 

-          Grokar, deja de comer, eso tiene que durarnos aún unos cuantos días – Rundar arrebata un trozo de carne seca de las manos del gigante y lo lanza a una de las bolsas de víveres. Él mismo se ha contenido de seguir comiendo aunque se ha bebido casi un pequeño tonel de vino que llevaban en el carro.

El gigantesco orco le mira con rencor y gruñe, levantándose para demostrar su imponente tamaño al enano.

-          Esta bien – Sailzan se levanta de su cómodo sitio junto al fuego – no te preocupes, grandullón, podrás comer más en cuestión de unas horas… es más de lo que los elfos nos racionaban, ¿no?

Grokar concede ladeando la cabeza pero no parece muy convencido. Es extraño ver como el mestizo de apenas cincuenta kilos se lleva tan bien con el gladiador orco.
Durante el viaje Grokar ha demostrado un gran interés por las enseñanzas del Sacrosanto lo que parece que ha creado un vínculo especial entre ambos viajeros.

-          ¿Y Nimrod? – la voz de Evelyn se antoja extraña incluso para ella. Quizá sea por el miedo a perder al mediano y la caja que siempre lleva entre sus manos. Sea como fuere la humana deja todo para levantarse y buscarle entre las copas de los retorcidos y mortecinos árboles que les envuelven en esta parte del camino.

 

-          No te preocupes, mujer, seguramente se haya buscado un agujero donde dormir... ya sabes como son estos “ratones”- Rundar da otro buen tiento a su odre de cuero recién bañado en vino y eructa sonoramente antes de limpiarse las prominentes barbas con el antebrazo.

 

-          Ese “ratón” tiene una facilidad pasmosa de pasar desapercibido – concede la humana – haríamos bien en tomar ejemplo.

 

-          Sí, aunque somos un circo ambulante de lo más variopinto. Aunque la elfa tenga una labia fuera de lo común, que lo dudo, no sé si alguien se tragará ese cuento de que somos sus escoltas y esclavos – Rundar se mesa la barba, escurriéndola antes de volver a anudar su punta para evitar que le estorbe. Para los enanos no es solo un adorno facial, es un testigo fiel de sus años de vida y su posición social – Bueno, ¿y quién hará las guardias?

Dinadar termina su comida arrojando un pequeño cuenco de madera al lado. La elfa se estira, mostrando una complexión atlética impresionante y su cabello bien ceñido en una coleta que le cuelga hasta la altura de los muslos. Su expresión es fría, calculadora, como si estuviese pendiente de su alrededor más que de sus propios compañeros de viaje.

-          Sailzan y tu, Rundar, haréis la primera guardia ya que estáis tan animados, la segunda sería conveniente que la hiciese Grokar y Nimrod, si le encuentra, y la última nos encargaremos Evelyn y yo.

 

-          ¿Se puede saber quién te ha puesto al mando a ti? – la voz del enano se adelanta a la queja de Evelyn que muere en su garganta. Dinadar mira al herrero con seriedad.

 

-          Quizá quieres organizarlo de otra forma, maese enano.

 

-          Eh… no, bueno, está bien.

Evelyn mira a ambos y sacude la cabeza. No esperaba volver a recibir órdenes de ningún elfo aunque en este caso no lo parecen. Duda que Dinadar tenga “don de gentes” pero tiene la certeza que en este ambiente tiene bastante experiencia, además, parece que Rundar sabe más sobre ella, quizá algo que a ella se le escapa.

-          Así sea pues – sentencia Dinadar, tras lo cual se mete en el carro y se tumba para afrontar la noche.

El resto del grupo empieza a recoger quedando finalmente tan solo frente a la hoguera Sailzan y Rundar. Tras un rato el resto parecen dormidos.

-          Bueno, ¿y cuál es tu historia? – el enano deja reposar el odre ya limpio en su mochila y se levanta para moverse un par de pasos alrededor de la hoguera antes de volver a sentarse. Es un ser corpulento, incluso musculoso; parece haber vivido muchos años o al menos así lo atestigua su larga barba anudada de color canoso. El resto de su cuerpo presenta múltiples cicatrices, incluida una que atraviesa su rostro por encima del ojo izquierdo y parece bastante profunda. El resto del herrero enano parece corroborar un largo bagaje en Daedorn.

 

-          ¿Yo? – Sailzan remueve el fuego con un palo como distraído – un simple esclavo que ha sido moneda de cambio durante toda su vida…

 

-          No te quites valor, flacucho. Yo veo más allá de lo que muestran las apariencias.
No eres solo un esclavo al igual que la elfa no es solo una asesina ni la humana es solo una vagabunda. Todos tenemos secretos, historias y miedos, algunos se remontan a cientos de años mientras que otros están sobre la piel, fácilmente visibles como mis cicatrices.

 

El mestizo mira a Rundar a los ojos y sonríe.

-          El Sacrosanto nos enseña que la vida es solo un tránsito para demostrar lo que podemos hacer por los demás. En mi caso he sido bendecido con la posibilidad de llevar su palabra y su bondad a los que lo necesitan, a los esclavos, y así lo he hecho toda mi vida…

 

-          Ya, ya… el humano bendito, hijo de la Diosa Madre, Úsula. Soy viejo, niño, y he vivido mucho como para conocer todas esas historias de dioses y paladines. La Tercera Era queda muy atrás, sus guerras así como el Sacrificio de tu Sacrosanto. A mí no me vas a convertir en uno de sus fieles y aunque respete las tradiciones,  la historia, e incluso sus enseñanzas; Zealoth está tan marchito que no creo que nadie pueda limpiarlo.
Mira los elfos; nacidos del asesinato de su dios a los gemelos solares y ahora erguidos como redentores de la Mancha. Una corrupción que ellos mismos crearon en la Segunda Era con nuestro nacimiento y el uso del Arcano de Oscuridad.
Ahora exprimen el mundo a su favor, con sus falsos “pilares” y el yugo de las razas menores como si fueran perros a los que apalear sin temor. ¿Crees que un esclavo puede cambiar eso? No, hijo, esta Sexta Era, la Era del Pesar, solo será otro escalón hacia la destrucción de Daedorn y de todo Zealoth…

 

-          Quizá un esclavo mestizo como yo no pueda hacerlo, pero esa caja encierra algo poderoso, puedo sentirlo, quizá un Vestigio del pasado, un Arcano tan poderoso que pueda encender la chispa que Daedorn necesita para cambiarlo todo… incluso, quien sabe, despertar a los dioses de su letargo.

 

-          Eres joven – Rundar entrecruza los dedos de sus manos y los apoya en su cogote – créeme si te digo que los dioses no volverán. Ya nos dieron otra oportunidad y mira lo que hemos hecho. Aunque odie a los elfos con todas mis fuerzas debo admitir que fueron los únicos que lograron alzarse para reconquistar Daedorn pero eligieron erguirse como tiranos, no como salvadores, y nadie podrá derribarles de ese pedestal.

Sailzan mira curioso la expresión derrotista de Rundar, luego deja el palo en la hoguera y se acomoda en el pequeño tocón donde se ha apoyado toda la noche.

-          Has visto muchas cosas y has vivido grandes dolores por eso tu visión es tan pesimista, supongo… ¿por eso terminaste en un sitio como Refugio de Ratas?, ¿para apartarte de todo?

En enano cierra los ojos, como recordando algo del pasado, luego también se acomoda en su sitio y mira con vehemencia al joven mestizo.

-          A veces no puedes hacer nada por cambiar las cosas y debes ser tu quien cambie para sobrevivir…

Tras sus palabras ambos quedan el silencio lo que parece ser una eternidad. El viento se ha calmado y frente a la hoguera la temperatura es agradable. Quizá sea por la copiosa cena o por el vino pero en un rato ninguno de ellos puede evitar el sopor y se sumergen en un reconfortante sueño.

Evelyn se despierta sobresaltada. ¿Cuánto tiempo ha pasado? Es de noche, puede escuchar el crepitar del fuego pero el ruido que lo acompaña no es el de Rundar o Sailzan, ni tan siquiera el del resto de sus compañeros o del caballo de tiro. Algo va mal.

Antes de levantarse de su lugar en el interior del carromato, junto a Dinadar que aún duerme, decide entreabrir las cortinas de terciopelo que cubren las pequeñas ventanas. Ahí está el problema, al menos cuatro figuras, de aspecto zarrapastroso y desliñado, empuñan espadas y se mueven entre las sombras. Bandidos.

Sin tiempo que perder conjura tan silenciosamente como puede al Arcano de Autoridad, manipulando las energías alrededor, entrelazando las zarcillos amarillentos hasta que su toda la energía arcana se concentra en ella.

<Parece que ha salido bien>

Evelyn golpea a Dinadar hasta que parece que esta comienza a despertarse, luego, con mucho cuidado la humana sale por el otro lado del carro y se dirige cerca del que parece ser el líder de los bandidos, ataviado por un horrendo gorro con una pluma. Así, invisible, podría cortarle el cuello con facilidad pero el resto de sus hombres podrían herir a sus compañeros… debe esperar.

Cuando uno de los bandidos llega hasta la puerta del carromato y la abre Dinadar ya se encuentra preparada. El cuchillo de la elfa atraviesa la frente del sorprendido humano y lo deja inerte en el suelo dando la alarma con un grito a todo el campamento. En ese momento se precipita todo.

Uno de los bandidos trata de atravesar con su filo a Rundar que yace dormido aún en el suelo con tan poca fortuna que el enano se despierta por el griterío y logra evitar la estocada en el último momento, rondando por el suelo hasta alcanzar su maza de guerra.

Otro de los bandidos se ve sorprendido cuando Grokar surge de un lado del carromato con su espada bastarda rugiendo al cielo. Trata de golpearlo pero apenas es un novicio en el combate comparado con el luchador orco que lo parte en dos de un destelleante golpe transversal.

Con el combate en su cénit Evelyn ve como sus cuentas eran erradas: hay unos seis bandidos pero solo cuatro de ellos estaban a la vista mientras los otros dos se afanaban en robar los petates de carga aunque ahora, con los gritos y la batalla, se han unido a la refriega. La humana solo puede dar gracias a sus habilidades innatas para “desaparecer”.
Muy cerca de ella, el líder de la banda, al ver como las tornas se equiparan, decide dirigirse hacia el caballo que relincha intranquilo atado a un árbol cerca de la carreta, alejándose del combate pero Evelyn lo intercepta y trata de degollarlo con su daga. Algo la delata cuando el filo va a acariciar el cuello del bandido por lo que este logra escapar de la muerte y chilla asustado. La figura de Evelyn se vuelve a hacer visible.

-          ¡Bruja!, ¡Maldita bruja!

El jefe de los bandidos corre al caballo, quitándose de encima la aparición que casi acaba con él, encaramándose a su lomo de un salto para intentar huir.

Evelyn sonríe al escuchar las maldiciones del humano.

<Ni te lo imaginas>

Mientras el resto de sus compañeros dan buena cuenta de los asaltantes nocturnos ella vuelve a manipular las energías arcanas de su alrededor aunque esta vez acude al Arcano de Oscuridad. La negrura y la corrupción de la mancha se entremezclan en sus dedos y sus ojos se vuelven opacos. De repente unos lazos azabaches envuelven al bandido y su carne empieza a marchitarse y desecarse como si de una pasa se tratase hasta quedar como un cascarón de carne vacía que cae del lomo del caballo al suelo. Es entonces cuando la oscuridad vuelve hasta el cuerpo de Eveln y la nutre, como si le hubiese robado el alma a aquel desdichado, haciéndola relamerse de placer.

Cuando Evelyn recupera la vista y se vuelve se da cuenta que el resto de sus compañeros la miran con una mezcla en sus rostros entre temor y curiosidad.

-          ¿Qué? ¿Acaso debía dejarle huir con nuestro único caballo?

En el improvisado campamento el combate ha acabado también. Grokar cercena las cabezas de los bandidos que yacen en el suelo en un extraño ritual morboso y grotesco mientras Rundar ayuda a levantarse a Sailzan y Dinadar revisa las pertenencias de los caidos.

-          Por ahí se escapan dos – señala Nimrod mientras se incorpora sobre la carreta y prepara su extraño aparato mecánico a modo de pistola.

Dinadar alza la mirada al igual que el resto de sus compañeros. Dos de los bandidos, heridos, corren hacia los árboles más lejanos. Podrían perseguirlos y darles caza con facilidad e incluso Nimrod seguramente pudiese abatir a alguno de ellos antes de llegar a la protección del bosque.

-          Dejadlos – la voz de Sailzan rompe el silencio. Ya ha habido suficiente muerte por hoy y no se han llevado nada. Tened algo de compasión…

Dinadar se muerde el labio contrariada al ver como Grokar sigue con su descuartizamiento, Nimrod enfunda su arma y Rundar asiente mientras recoge. Le parece estúpido dejarlos ir pero no va a correr tras ellos alejándose del resto y de la caja. Ahora tienen otras cuestiones más importantes que atender.

-          ¿Cómo has hecho eso? – Nimrod mira a Evelyn desde lo alto del carromato – ¡le has dejado bien seco!

 

-          Ha usado un Arcano de Oscuridad – Sailzan alza la voz y enfatiza la palabra “Oscuridad” – son manipulaciones de los arcanos prohibidos… muy peligrosos…

 

-          Ya, ya. Y además fomenta el crecimiento de la corrupción y la Mancha… creo que todos sabemos eso aunque es cierto que hacía mucho que no había visto a nadie realizar manipulaciones así – la voz de Rundar tiene más de curiosidad que de reproche – parece que tenía razón con nuestra vagabunda y tiene algunas sorpresas escondidas.

Evelyn se encoge de hombros y revisa los restos de piel del cadáver, recogiendo de su bolsa algunos yarks y unas joyas.

-          Perdonad pero el tema no es si la humana es una “drenavidas” o una bruja, el problema es que alguien se durmió en su guardia. ¿¡Qué cojones ha pasado!?

Dinadar parece genuinamente enfadada y se acerca, aún con su cuchillo en la mano, hasta Rundar.

-          ¿Es que no podéis ni manteneros despiertos unas horas? – continua la elfa mientras esgrime la punta del arma cerca de la cara del enano.

Rundar no se inmuta siquiera.

-          Tranquila, orejas picudas, no te vayas a hacer daño con eso.

Dinadar se encarga enfurecida al enano y gruñe; todos dan por hecho que se enzarzará en una pelea con el herrero pero es entonces cuando Grokar se acerca hasta ellos con varias cabezas agarradas en una de sus manos y la espada bastarda en la otra. Los restos mutilados de los bandidos aún gotean sangre y mantienen una expresión de horror bastante funesta.

-          ¿Puedo jugar yo también?

Sailzan corre hasta ellos y se coloca entre el enano y la elfa, luego mira a Grokar con gesto serio.

-          Nadie va a jugar con nadie, ni va a haber más derramamiento de sangre esta noche.

 

-          Claro, lo dice quien también se durmió en su guardia, ¿no? – la acusación certera de Dinadar hace que el mestizo baje la cabeza apesadumbrado por la responsabilidad de lo ocurrido.

 

-          Es cierto, nos hemos dormido y ha sido nuestra culpa aunque es extraño que hayamos caído ambos en un sueño tan profundo, ¿no os parece?

El silencio se extiende por el campamento.
Evelyn regresa junto al resto y termina de guardar los recién adquiridos abalorios en su bolsa.

-          Bueno, ¿y si nos ponemos en marcha ya que estamos despiertos? – finaliza.

Grokar refunfuña y recoge los bultos para colocarlos nuevamente en la carreta mientras Rundar deja a la enfadada Dinadar y prepara al asustado caballo, tranquilizándole como si lo hubiese hecho durante toda su vida.

-          No ha habido que lamentar nada grave – Nimrod se acomoda encima del carro y sonríe – ha sido una victoria.

Dinadar resopla y se alza de un salto hasta el pescante del carro, agarrando las riendas en cuanto Rundar coloca el caballo en los arneses.

-          Sois una panda de mamarrachos – espeta la elfa casi como si se tratase de un pensamiento interno.

Sailzan se queda mirando a Evelyn con gesto serio.

-          Eso que has hecho es muy peligroso, lo sabes ¿verdad?

 

-          Ya, claro… como si el bandido no me hubiese atravesado con su espada de haber podido. Madura, mestizo, el mundo es supervivencia y cualquier muestra de compasión suele volverse contra ti.

 

Evelyn se monta en el carro dejando a Sailzan en mitad de los restos de lo que hace unas horas formaba el improvisado campamento. Con todos preparados para partir solo queda él, sumido en sus pensamientos, junto un montón de cuerpos decapitados y un trozo de piel desecado. Este es el mundo de la Sexta Era: cruel, decadente, brutal.

-          Podemos irnos ya.

La voz de Grokar despierta de sus pensamientos al esclavo que le mira con la mirada de un fiel rodeado de lobos.

-          Claro que sí, amigo, claro que sí.

Sailzan coge la mano al gigante y entra en el carro donde le esperan Dinadar y Evelyn aunque su compañía no parece bien recibida. Evelyn se muestra cansada de los sermones del mestizo y Dinadar no comparte para nada las enseñanzas del Sacrosanto. Parece que nuevamente tendrá que esforzarse para disipar las oscuras nubes y mostrar el camino de la luz a los infieles. El Sacrosanto proporciona las tareas más arduas a aquellos que más valora.

Grokar azuza al caballo y se mueve junto al carro, colocándose en la parte posterior solo cuando este coge algo de velocidad. El terreno sigue estando embarrado pero al menos no llueve y el viento se ha calmado. Cuatro candiles bien amarrados en palos iluminan el camino pero aún así el viaje será lento pues ninguno de ellos quiere volver a tener ninguna sorpresa.

 

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