DAEDORN´S TALES: LIBRO 1 - NO SOMOS HÉROES.
CAPÍTULO I: NIMROD
Los soles gemelos se han puesto ya aunque es difícil distinguirlos dada la neblina que siempre cubre el cielo. Dix parece brillar débilmente adquiriendo un color ocre mientras se oculta más allá del valle y, a su lado, apenas perceptible, se encuentra el cascarón vacío de su hermano Xiv. Juntos hasta en la muerte. Resulta incluso poético.
Por un momento me abstraigo de mi situación en este asqueroso pueblo, "Refugio de Ratas", para recordar cómo ha cambiado mi vida desde que salí de la "madriguera". No era más que un mocoso de la raza media cuando la abandoné. Tras unos años sobreviviendo entre calles, suciedad, inmundicia y maldad, comprendí que solo existe una persona en la que puedes confiar: en ti mismo. Desde que partí de mi refugio en aquella biblioteca en ruinas solo he buscado una cosa, Yarks. Sé que no es una meta muy loable pero el dinero élfico es lo único con lo que puedes contar hoy en día, más aún cuando apenas quedan sitios donde sacar provecho sin buscarte problemas.
Numerosas veces he tenido que lidiar con guardias, salteadores y monstruosidades para sobrevivir. Ahora es uno de esos momentos en los que parece que Emered - Oa me sonríe y debo aprovecharlo antes de que cambie de parecer... algo bastante común en sus designios diría. Fue un golpe de fortuna el averiguar la fecha y el camino de la caravana de esclavos. Tan solo un par de ellas viajan al año desde Bastión de Condenación a Bastión de Muerte y, aunque los elfos son bastante quisquillosos con sus secretos, descubrirlos es para lo que fuimos creados los medianos. Con un poco de astucia, no fue demasiado complicado sonsacárselo a aquel guardia borracho.
Un ruido me hace regresar al momento actual. Aún me encuentro sobre el tejado de la posada-taberna, una asquerosa edificación humana que combina barro, madera y heces con la que han logrado dar forma a un par de plantas bien asentadas en un lado del camino principal. Refugio de Ratas es la única población en cientos de kilómetros a la redonda y un punto de paso obligado para atravesar el Valle de Cuervos que discurre por la vertiente nor-oeste hasta Bastión de Muerte.
Suspiro. No tengo especial aprecio a los humanos pero compartimos la desdicha de ser "hijos de los elfos" y sufrir sus desaires. Desmonto nuevamente la pistola que yo mismo creé hace unos años. Los dos cañones están cargados pero siempre quedan incrustaciones de pólvora entre los percutores y el proyectil que pueden provocar un mal funcionamiento, algo para nada deseable a la hora de usarla para defenderse.
<Ya debe quedar poco...>
Escucho el movimiento de los aldeanos. Refugio de Ratas no es una urbe élfica, apenas un asentamiento con unas treinta o cuarenta familias, una taberna-posada, un barbero y una herrería (un lujo por estas tierras). Los humanos que malviven en ella apenas logran sobrevivir con la agricultura y la caza que, como en el resto de todo Daedorn, es muy escasa y muchas veces provoca más decesos que la propia desnutrición.
Escupo mientras termino de rascar con el trapo la pistola. Parece que está lista aunque espero no necesitarla esta vez.
- Creo que yo me quedaré fuera.
Escucho la voz de una mujer, una humana de no más de treinta años. Es una forastera... quizá una mendiga o una peregrina; no es extraño en estos lares aunque sí lo es el hecho de que viniese acompañada por una elfa de porte recio, bien armada y aspecto sombrío. Llegaron al pueblo al medio día y se hospedaron en la posada para descansar. Hubiese pensado que era su criada pero al escucharlas he decidido desechar esa idea. No hablan mucho pero parece que no se conocen. ¿Quizá compañeras de camino? Extraño.
<No os quito ojo.>
En la lejanía puedo escuchar el vaivén de las gentes del pueblo recogiendo los enseres mientras se preparan para la fría noche que nos aguarda. Todas son iguales: oscuras, frías y peligrosas. Al menos en una población como esta no deberían preocuparse por asaltantes o monstruos ya que el puesto de guardia elfo y la ruta de esclavos aseguran una protección al menos indirecta.
El golpear del metal en el yunque me hace centrar mis sentidos en la herrería. El enano que allí trabaja es un miembro antiguo de la comunidad y todos en el pueblo parecen respetarle. El primer día me colé en su casa y pude observarle sin que se percatase de mi presencia. Dudo mucho que fuese siempre un herrero pues su aspecto y las marcas de su piel hablan de contiendas pasadas. Los enanos son tipos taciturnos y peligrosos aunque este parece que ha decidido honrar a sus ancestros con el martillo y el hierro.
Cuando mis aguzados sentidos escuchan el trote de caballos hacia el norte decido descolgarme del tejado y escurrirme entre las sombras hacia los establos cercanos. Hay una gran cerca junto a una caseta donde reposan un par de bueyes aunque todo el suelo es un barrizal insalubre debido las copiosas lluvias de los pasados días.
<La caravana ya está aquí.>
CAPÍTULO II: GROKAR Y SAILZAN.
Miro a Grokar. Es una mole de carne color verde oscuro, casi gris, que no parece sentir el cansancio o el dolor, aún así siento que su alma está en una constante lucha por discernir su camino... como casi todos en esta Era del "Pesar". Desde que salí de Bastión de Condenación en el norte de Daedorn hemos viajado durante casi un mes, recogiendo en las diferentes ciudades y pueblos más y más esclavos para alimentar esta caravana de difuntos. Grokar es uno de los últimos. Como yo el orco ha sido esclavo toda su vida. En su caso, como la gran mayoría de orcos que siguen siendo siervos, su tarea era la de divertir a su amo elfo por medio del derramamiento de sangre, como luchador en celebraciones y eventos privados. Parece que lleva toda la vida haciéndolo y diría que no se le da mal por su aspecto y sus cicatrices. No hace falta mirarle dos veces para tener la certeza de que puede arrancarle la cabeza a un ser humano sin esfuerzo.
Por mi parte, como mestizo nacido de un padre elfo y una madre humana, no he conocido otra vida que la de esclavo y, aunque he pasado por muchas casas, nunca he sentido arraigo ni amor más allá el de mi difunta madre. Que el Sacrosanto la tenga en su gloria; como esta en la ley de los elfos mi nacimiento la condenó a muerte.
Siendo esclavo y ferviente seguidor del Sacrosanto he intentado ayudar a los demás, sin importar raza o condición, usando el favor que el Paladín de Úsula me otorgó para socorrerlos cuando fuese necesario aunque ocultándolo a los amos. Si en algún momento descubriesen que puedo manipular las artes arcanas estoy seguro que acabaría bastante mal parado. Por suerte ninguno de los esclavos encadenados en este viaje tenemos en gran estima a los elfos y sus leyes. Desgraciadamente la raza de mi padre tiene una reputación bien merecida.
El siguiente golpe de uno de los Guardias de los Condenados me pilla por sorpresa y caigo al barro de cara, haciendo que el resto de compañeros encadenados a mi por medio de la cadena central trastabillen y frenen su paso. Grokar se apresura a levantarme a lo que el guardia le golpea con el mango de su alabarda. Quizá pretendiese que cayese de rodillas, de ser así es un necio o un estúpido. Grokar solo gruñe, le mira y me levanta para continuar el paso. Si el guardia se siente asustado u ofendido no nos importa a ninguno. Los machos somos esclavos casi prescindibles pero todos tenemos un cierto valor en el mercado de Bastión de Muerte. Grokar es sin lugar a dudas el esclavo más caro de toda la caravana... y el más peligroso. Estoy seguro que, aun sin sus armas, podría destrozar la cadena que nos aprisiona y liberarse e incluso acabar con alguno de la docena de guardias que escoltan el carro del mercader élfico. Pese a todo sería un esfuerzo inútil pues no sobreviviría al combate. Sé que la idea se le ha pasado por la cabeza en varias ocasiones pero algo le detiene a hacerlo, no por supervivencia, ni tan siquiera por dolor o sufrimiento. A Grokar le mueve la curiosidad. Según él mismo me contó esa curiosidad fue la causante de que acabase aquí, conmigo.
Grokar vivía recluido bajo una de las "arenas de lucha" y en muchas ocasiones otros esclavos eran encerrados en ellas, sobre todo los que iba a ser usados como "presas" para los combates. En una ocasión, según me contó hace días, le tocó en suerte una mujer humana en la celda de al lado. Grokar se había acostumbrado a los lloros, los gritos y las súplicas de los allí encerrados que pedían por su vida pero en este caso lo que le llamó la atención fue que aquella mujer solo rezaba. No a Tien - Tull o a alguna otra deidad de la muerte en pos de que su alma quedase libre de aquellas ataduras sino a un hombre, como ella, un tal Sacrosanto. Aunque para los humanos el nacimiento y muerte de este Paladín de la diosa Madre, Úsula, no nos es desconocida, para el gigante orco fue algo totalmente nuevo y extraño. ¿Cómo una mujer humana que iba a morir despedazada en una lucha desigual podía rezar a un humano de eras pasadas? ¿por qué?
Grokar rezaba a Ras´All, deidad de la guerra, como gran cantidad de los de su raza y, aunque los dioses ya no contestaban desde su sacrificio, el orco siempre pensó que todos debían rezar esperando el favor de los dioses, ya fuese en la batalla, en los juegos de azar o en la caza. Había que pedir y ofrecer el honor de la victoria a tu dios, esperando que este te otorgase las bendiciones necesarias para seguir obteniendo viandas que le agradasen. En el caso del Sacrosanto, los humanos, en los que me incluyo pese a no serlo del todo, rezamos no para pedirle, sino para agradecerle.
Es historia de Eras pasadas que su nacimiento fue una bendición de Úsula a los hombres y su sacrificio una prueba de amor que liberó todo Zealoth de la Mancha, la envidia y corrupción derivada de los otros dioses. Sacrosanto nunca pidió nada, solo dio y así es como los devotos le rezamos, dándole las gracias sin esperar nada a cambio. Grokar no entendía eso. La mujer, una esclava condenada a morir bajo el hacha de otros como él, no pedía, solo agradecía a su dios el poder reunirse con él. No tenía miedo, sufrimiento o pesar en su corazón, solo paz.
Grokar compartió varias noches con esa mujer, tratando de entender, y cuando ella no volvió supo que su alma necesitaba un cambio. Se reveló contra su amo elfo y, como era de esperar, fue vendido como esclavo lejos de donde había vivido durante toda su vida, lejos de lo que había considerado digno o necesario para sobrevivir. Deseando aprender de ese dios Humanos que daba tanto sin pedir nada a cambio. Así es como le conocí, en esta caravana de esclavos y como rápidamente mantuvimos conversaciones interminables sobre las enseñanzas del Bendito, junto al resto de esclavos, cuando el descanso y los guardias nos lo permitían.
- Estamos llegando.
La voz ronca de Grokar me hace apartar mis ensoñaciones. Los numerosos esclavos aminoramos el paso mientras los guardias nos flanquean y la carreta del mercader se pone a la cabeza de la caravana con su escolta personal. A no más de cien metros se distingue un poblado humano de casas viejas y desvencijadas que parece ser nuestro último descanso antes de llegar a Bastión de Muerte. Muchos han caído en el penoso viaje, siendo abandonados como despojos para los carroñeros. Parece que esta noche podremos comer algo y tratar nuestros cansados pies antes de continuar...
CAPÍTULO III - DINADAR Y EVELYN
El camino siempre es duro. Oscuridad, muerte, gritos, vileza. Muchos ven en una muchacha humana la posibilidad de aprovecharse, ya sea físico o monetario, pero desde hace mucho tiempo he aprendido a cuidarme sola. Si Madre pudiese verme ahora... Todavía lloro su marcha, su sacrificio, pero es una de las lecciones más valiosas que he aprendido y aprenderé en mi vida. Desde entonces la venganza me da fuerzas, me nutre y me amamanta para obligarme a no desfallecer.
Elfos. La raza "Padre". Unos bastardos de orejas puntiagudas que no merecen lo que tienen.
Escupo al suelo como suelo hacer cuando vienen a mi los recuerdos de esos orgullosos megalómanos.
Han pasado muchos años guiada por Nameter y su plateado manto nocturno, esquivando miradas indiscretas, sobreviviendo, buscando una manera de regresar algún día y limpiar toda la "Costa de la Desgracia" si fuese necesario pero aún no tengo el poder necesario.
Golpeo con la mano el tablón de madera donde me siento y aprieto los puños hasta que se quedan casi blancos. Noto aflorar el odio y los arcanos oscuros que se filtran desde el suelo, por todas partes, pero no es el momento, aún no. Este es solo otro pueblo, otro cercado de un rebaño que esquilman los orejas picudas en su dominio de todo Daedorn. Estoy de paso, de paso a un lugar más oportuno donde seguir creciendo en poder. Bastión de Muerte, el Legado de la casa Dan -At, se antoja lejano pero no es sino otro punto en el camino. Otro más. Allí hay Eruditos Arcanos y libros, objetos y conocimiento que podrán ayudarme a entender...
Cuando oigo el ruido de una jarra en el interior de la taberna cercana dejo de divagar y pienso en otro orejas picudas, uno que me ha acompañado hasta "Refugio de Ratas".
<Estúpida elfa...>
¿Quién se cree que es para pensar que podría necesitarla?
Cuando los bandidos la asaltaron en su camino por el "Bosque de Hojas Muertas" (una ruta nada segura pero alejada del camino y las miradas indiscretas) tenía todo controlado. Solo eran tres, armados sí, pero descuidados pensando que una enclenque mujer desvalida y de aspecto débil no podría darles problemas. Habría sido fácil sacar hasta la última gota de su sangre y ofrecérsela a Nameter... o quizá haber desaparecido en las sombras para sortearlos, el esfuerzo sin duda no era necesario... El caso es que aquella elfa surgió de los árboles y acabó con ellos antes de que lograse decidirme. Y todo ¿para qué?
Dinadar, que era como se había presentado, no ostentaba ropa elegante, ni heráldicas pomposas de casas élficas de renombre, solo parecía otra sombra que quería pasar desapercibida pero entonces ¿por qué se había molestado en socorrerme?
Vuelvo a escupir en el suelo y retorcerme pensando en los ardides élficos.
Ella sola se montó la historia sin que tuviese que ayudarla. Una viajera desvalida que caminaba en busca de un lugar donde descansar y ella, ella una elfa viajera, seguramente desligada de las Casas, que pretendía... ¿qué, viajar por Daedorn? ¿conocer mundo? No tengo ni la mas remota idea de lo que cruzaría por su mente pero, muy a mi pesar, acepté su "protección" hasta el próximo alto en el camino que resultó ser este.
Jugueteo con la raída falda entre mis piernas desnutridas y magulladas. Sigo escuchando como come y bebe en la taberna humana... incluso ha pagado una habitación arriba.
<Putos elfos y sus piezas de Yark.>
La verdad es que me conformaría con dormir en un jergón de paja y comer aunque fuese un trozo de algo que no sean raíces por una vez pero no voy a sentarme a su lado.
<Niñata de orejas puntiagudas...>
¿Por qué la estaba tratando así? ¿Acaso es la típica princesita élfica que necesita amigas para jugar a las muñecas? No lo parece, para nada. Me recuerda los asesinos que enviaba el hijoputa gobernante cuando algunos de la aldea le molestaban con sus maquinaciones. Puede que sea eso pero dudo que ninguno de esos apestosos cortacuellos se alejase tanto de sus amos como para venir.
Noto un cosquilleo en la nuca y vuelvo a pillar al herrero enano de la casa de enfrente mirándome por la ventana de soslayo. Somos forasteros. Llamamos la atención demasiado. Ahora es la rata mediana la que se mueve por el tejado como si no supiese lo que hace ahí arriba.
El pueblo es un punto único de población en el Valle de Cuervos que discurre hacia el sur por el Valle de Dientes de Sangre por lo que tiene muchos ojos curiosos y aunque soy humana como ellos a nadie se le escapa que he llegado con una asquerosa elfa. No debí permitirla que viajásemos juntas... o quizá podría haberla dejado "seca" y robado antes de llegar.
¿Por qué esa puñetera metomentodo sigue sin inspirarme el odio y el asco que provocan otros de su raza?
Escupo y me limpio la boca con el dorso de la mano. Mis dedos están sucios, mis uñas rotas. Espero que la caridad de este pueblacho den para comer antes de partir; así he ido sobreviviendo, bueno... así solo a veces, otras...
El relinchar de unos caballos me hace levantarme del susto. A lo lejos, a no más de sesenta o setenta metros se acerca una carreta tirada por dos caballos y, junto a ella, varios guardias con armaduras oscuras, escudos y pesadas espadas bastardas.
<Mierda.>
Me lanzo a la oscuridad que proyecta la taberna y me escurro por debajo de los tablones que la levantan del barro húmedo en que se ha convertido el suelo tras las últimas lluvias. No me importa, lo único esencial es que no me vean. Ese carro tan lujoso es de una Casa Mayor.
<Mierda, mierda, mierda...>
Ahora puedo ver que tras de ella avanza un gran número de esclavos que permanecen atados con cadenas entre ellos. Es una caravana de esclavistas elfos. Va a resultar que venir a este pueblo no ha sido buena idea después de todo.
CAPÍTULO IV - RUNDAR
<Seis largos años aguantando esta mierda...>
Me estiro, alargando los brazos y haciendo crujir la espalda. Tras un largo rato golpeando el metal parece que mi cuerpo ya no recuerda lo que era el sobreesfuerzo y me da un toque. No es que tenga mucho trabajo ni sea una vida dura, que va. En la herrería apenas arreglo arados, afilo cuchillos o tijeras y paso el tiempo entre la taberna y mi casa. Marcus, el dueño, trata de elaborar algo mínimamente bebible desde hace años pero ni él ni yo lo hemos conseguido todavía y nos conformamos con el aguarata que sirve normalmente. No sabe bien, no huele bien pero al menos hace que te olvides del hedor y la basura que envuelve Daedorn.
<Jodidos perros elfos y sus putas caravanas de muerte.>
Continuo mirando la carreta que ha parado en frente de la taberna-posada y reviso los firmes grabados de la Casa Dan - At. No me preocupa que esos "pisaverdes" vuelvan a molestarnos, es algo a lo que ya me he acostumbrado; ni tan siquiera que los Guardias de los Condenados se paseen por la calle desvalijando las casas, golpeando mujeres y maltratando a los humanos que se atreven a mirarlos. La caravana pasa por aquí dos veces al año y siempre es lo mismo. Lo que no soporto es al estúpido Dalent y sus conversaciones de críos.
Respiro profundamente. Trato de calmarme golpeando nuevamente el hierro que reposa sobre el yunque. Una gota. Otra gota. El vaso está casi lleno. Puedo sentirlo.
Los esclavos son numerosos aunque su estado es lamentable. Solo la mitad sobreviven al viaje... los más fuertes dicen los elfos. En cada parada que hacen usan su ley para saquear, aprovisionarse y añadir más esclavos a la caravana. Si hay suerte esta vez no morirá ninguno de los aldeanos aunque el drama consumirá la población al menos durante un par de semanas tras su marcha.
<Golpea y calla.>
Elfos. No puedo ni pronunciar su nombre si que me hierva la sangre. Antaño yo mismo les servía como Espada de Alquiler, como tantos otros de mi raza. Ahora el asqueroso Dalent me usa para revisar el estado de sus armas y armaduras antes de continuar el último tramo de su trayecto y, de paso, tratar de sacarme de mis casillas con sus estupideces de espadero de renombre. Ya ves tu. Otro puto niñato con una espada que cree que se las sabe todas. Cuantos de ellos he visto morir ya...
<Golpea, golpea y calla.>
Los lloros y los gritos empiezan a hacerse eco en la aldea. Dalent ayuda a su Señor, Fignural, a entrar a la posada y luego sale, sonriente, para acercarse hasta la herrería, en mi busca sin duda.
Los esclavos son escoltados por el resto de guardias hasta el cercado de los establos. Allí, entre el fango y la mugre, les dejarán descansar y dormir unas horas, arrojándoles las sobras de la comida que los elfos roban tan copiosamente y se despachan sin pudor delante de ellos.
<Golpea y calla.>
La elfa sigue en la posada... creo que su amiga se ha escapado en cuanto ha visto llegar a los elfos, no la culpo. El mediano sigue dando vueltas por aquí y por allá, sin duda rateando. Desde que llegó ya habrá dado buena cuenta de varias casas del pueblo. Es lo único que saben hacer esas alimañas. Si se acerca le aplastaré la cabeza.
Espera, llevan un puto orco entre los esclavos. Es una monstruosa mole de músculos que parece sacada de algún circo de gladiadores de una Gran Casa. ¿Qué hace aquí? Normalmente las caravanas de Fignural son solo de humanos y quizá algún mestizo. No suelen arriesgarse a mezclar. No es buen negocio.
<Golpea, joder, golpea y calla.>
La puerta esta cerrada pero Dalent la abre y pasa sin llamar. Como buen elfo cree que todo es suyo por derecho. Una pena no poder darte lo que realmente mereces. Sonrío al verle y apoyo el martillo en mi hombro. Su estúpida sonrisa de superioridad me hace apretar los puños. Con lo fácil que sería reventarle la cabeza sin que nadie más se enterase.
- Rundar - comienza en un común demasiado acentuado como para no ser forzado adrede - veo que sigues vivo en este apestoso estercolero. No te preocupes, hoy te traemos algo de trabajo para que olvides la ruindad de tu vida y el apestoso hedor de los humanos con los que te rodeas... al menos durante un día, claro.
Le sigo con la mirada mientras se pasea por mi espacio de trabajo, pavoneándose, tocándolo todo, sonriendo.
- Ya sabéis noble Dalent que es un placer inmenso contar con vuestra grata presencia y la de vuestro Señor. Espero que los esclavos que os llevéis esta vez del pueblo sean lo suficientemente adultos para andar y no me privéis de los lloros de sus esposas cuando partáis.
Se acerca hasta mí y mira el hierro candente que reposa en el yunque esperando un nuevo golpe.
- Oh, amigo Rundar. Espero ansioso el día en que abandones esa fachada de pelos asquerosos y sudoroso cuerpo envejecido para batirnos en duelo para darte muerte tal como un perro enano se merece. ¿Alguna vez me harás ese favor o tendremos que seguir retorciendo la cuerda hasta que alguien que te importe de verdad muera bajo mi bota?
- Ojalá mis servicios no fuesen tan necesarios para tu Señor y así podría daros ese placer aunque dudo que mi habilidad con el martillo pueda compararse con su espada.
Los gritos de una mujer rasgan el aire, seguidos de lloros de niños. Los guardias ya están recabando el tributo habitual. Nada nuevo. Sonrío apretando los dientes.
- Rundar, viejo enano de mierda. Siento tener que dejarte pero debo hacer tareas más importantes. Uno de los guardias te traerá nuestros aceros para afilar, como siempre. Da gracias que mi Señor aún considera que sirves para algo... una pena...
Dalent abandona la estancia como entró, moviéndose con grácil compostura. Solo pienso en que es un claro ejemplo de la estirada cordialidad élfica. No podría esperar más.
El pueblo se remueve en sus cimientos. La gente aguanta y llora en silencio, intentando no agravar los daños, deseando que los elfos se vayan pronto. Esta vez solo han cogido dos hombres jóvenes para añadir a las cadenas de los esclavos. Una suerte. Vuelvo a mirar el metal que yace a mi vera. Está rojo de cólera, de odio, saturado por las injusticias de un mundo que debe volver a girar para recuperar el caos dentro del orden. Es un metal joven, no como yo. Ya he comprendido que el mundo no puede parar, no va a parar. No quedan héroes, solo supervivencia. El que se aparta del camino de la hoja es el que puede seguir viviendo otro día, y otro, y otro. Caiga quien caiga. ¿Acaso siempre fue así?
Recuerdo los salones de mi familia, mis padres, mis hermanos. El honor, la lealtad, el coraje. Las armas eran instrumentos que igualaban linajes y solventaban injusticias. Esa Era ya pasó...
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CONTINUARÁ...
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