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HdS: Final Capítulo VIII - Caminos de Venganza.


...Hasta ahora en "Hermanos de Sangre":


"Tras años de guerra entre las dos Grandes Casas los reyes de Desferro e Izauba deciden poner fin a la contienda con una Unión de Sangre entre sus hijos. Eduardo, el hijo Desferro, es un hombre nacido y curtido en el arte de la guerra que desprecia la paz mientras que Alanda, la heredera Izauba, es una muchacha de corte, guiada por la doctrina de las Hijas de la Luna y que ansía un lugar mas allá de sus fronteras y murallas.

Gabriel, el hijo deshonrado de la Casa Desferro conoce por casualidad a Alanda quedando prendado de su belleza, sin embargo, la Unión de Sangre entre ella y su hermano Eduardo hace que este sentimiento quede contenido en su pecho.

Cuando se esta desarrollando la gran ceremonia de unión entre las dos Casas aparece Baltazar, el Rey marchito de la Casa Sanaustra que todos creían desaparecido en sus tierras, raptando a Alanda y reclamando sobre ella un derecho que ninguno recuerda o conoce.

Con la princesa Alanda raptada en los lejanos desiertos de Sanaustra y la muerte del Rey Desferro, la Reina de Izauba une sus fuerzas a las de Eduardo como nuevo Rey de Desferro para llevar a sus tropas contra Baltazar mientras que Gabriel es encomendado (pese sus reticencias) a escoltar el cadaver de su padre hasta la capital Desferro."



...Continuamos con el final del CAPITULO VIII: CAMINOS DE VENGANZA

(Mas información y los relatos en entradas anteriores; ver etiquetas y sección del Blog)






Las horas se escapaban de entre los dedos del Tiempo mientras todos se movilizaban. Las gentes asustadas volvían a sus hogares, los soldados marchaban hacia las líneas de repliegue para unirse a sus escuadras y destacamentos mientras que la Guardia Real de las Grandes Casas protegían la cadena de mando en todo momento. No se podía descartar un ataque o cualquier tipo de intento de asesinato en tiempo de guerra.

La Casa Desferro era la primera que había levantado sus tiendas; mientras que las tropas personales de Eduardo formaban y se preparaban para dirigirse a "la Línea" mandando mensajeros a todos los puestos de guardia, Gabriel había aunado esfuerzos por partir cuanto antes con el cuerpo de su padre hacia el hogar. La lejana Balbión se antojaba fría e inhóspita sin ningún miembro de su familia para recibirle...

La Reina Tusana  también había dispuesto todo con la ayuda de Samantha y Valeria. Mientras que la Consejera Mayor mandaba misivas urgentes a las Hijas de la Luna para reunirse en el punto de encuentro era la oficial la que disponía las tropas, sus avances y despliegues, así como los puntos donde el resto del ejército de Izauba se uniría a ellos hasta llegar a "la Línea" y adentrarse en las arenas de Sanaustra.
Pese a los encomiables esfuerzos tanto de Samantha como de Valeria sería la mismísima Reina la que encabezaría la marcha. Tusana no había dejado lugar a discusión alguna, ya había perdido a su amado esposo, Alanda era lo único que la quedaba...

Cuando apenas habían pasado unas horas desde el ataque de Sanaustra a la Llanura del Ocaso todos habían abandonado aquel lugar sagrado dejando tras de sí el recuerdo, la sangre y el dolor de los que perecieron por defender la Unión de Sangre. Solo tumbas y heridas que Yakán tardaría en cerrar para siempre.


Mientras los días pasaban muchas eran las voces que se alzaron, muchos los Barones y Señores que se unieron a la marcha y muy largo el camino que emprendieron hacia el Gran Desierto. Las llamas de las antorchas iluminaron Yakán de norte a sur y de este a oeste para reunir el mayor ejército que jamás se hubiese contemplado en el Mundo Conocido desde la Guerra del Alba bañando pueblos, montañas, valles y bosques como si de una serpiente dorada se tratase. Todos estaban dispuestos a luchar y morir por un fin tan grande como lo que suponía Alanda: la unión de las Grandes Casas de Yakán, la Paz, el fin de todo aquello que había traído la guerra entre Desferro e Izauba y el inicio de un sueño en el que todos los habitantes de Yakán querían creer.
Sin embargo, como ocurrió con la Guerra del Alba, todo aquello pasaría a formar parte de la triste historia de Yakán...

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El Bosque de los Ladrones había quedado atrás y los caballos y carretas de la comitiva fúnebre Desferro se encontraba ahora lejos de soldados, ciudades y muy pronto de toda la guerra. Apenas dos carromatos y cuatro jinetes de la Guardia Real había dispuesto Eduardo para el viaje que comandaba Gabriel. Gabriel, cansado, herido, obligado a su marcha a una "casa" que nunca le pareció la suya; ahora disponía de los papeles en que Eduardo, apresuradamente, le había otorgado los poderes necesarios para la regencia de Balbión y los términos de Desferro hasta su vuelta... papeles que le alejaban de su verdadera necesidad, de Alanda, de la batalla...

Con la cabeza gacha y la guardia cubriendo los flancos del camino apenas pudo ver al hombre de pesados ropajes y aspecto ajado hasta que su caballo relinchó y le hizo volver a la realidad. A duras penas pudo agarrar bien las riendas y contener a su caballo para no caer, alzando la voz para aplacarle, lo que hizo que los guardias mas adelantados se apresurasen a llegar hasta él.
En el camino el pobre encapuchado, apenas un peregrino de desgastadas ropas, se apartaba apoyándose en una rama fuerte que usaba de bastón.


- ¿Os encontráis bien viajero? - Gabriel se encontraba sudoroso por el sobresalto y apartó a su caballo del lado del hombre utilizando una de sus manos para indicar a los guardias que no pasaba nada.

El hombre encapuchado hizo un leve gesto de cabeza asintiendo y luego dio la espalda a la comitiva para retomar su camino por el sendero.

- Perdonad viajero, quizá podríamos ofreceros un sitio en una de las carretas. ¿Dónde os dirigís?.

El hombre no dio muestras de haber oído a Gabriel y continuaba andando a paso lento pero continuo. Gabriel, un tanto suspicaz después de aquello hizo un gesto a sus guardias para que se mantuviesen cerca de los carromatos, acercándose él mismo hasta el viajero y colocando su caballo delante de este para que detuviese su paso.

- Quizá no me habéis escuchado bien o sufrís de algún tipo de daño en los oídos. Si vuestro camino fuese similar al nuestro quizá podríamos llevaros... si os place, claro.

El encapuchado finalmente alzó la cabeza y miró desde la oscuridad de su interior a los ojos de Gabriel. Una voz reseca, apenas audible, marchita y rota, surgió del viajero.

- Perdonadme, soy un peregrino en busca de rendir homenaje al difunto Rey de Desferro.

- Estáis de suerte entonces anciano, mi nombre es Gabriel Montero, hijo del difunto Rey Francisco Montero y esta es la comitiva que transportará su cuerpo hasta Balbión. Podéis hacer noche con nosotros y velar a mi padre o bien acompañarnos hasta la ciudad para hacerlo allí. Sea como fuere sed bienvenidos a nuestra marcha.

El peregrino tan solo asintió con la cabeza y volvió a andar, rodeando el caballo de Gabriel para retomar la senda hacia Balbión. Gabriel miró de lejos los carromatos y les indicó que retomasen la marcha mientras él descabalgaba y se situaba al lado del encapuchado.

- No sois hombre de muchas palabras, la verdad. Puedo preguntar desde dónde venís o cómo os llamáis.

El peregrino pareció nuevamente no escucharle. Sus pasos aunque lentos eran constantes y Gabriel no creía que el hombre fuese calzado siquiera; solo una inmensa túnica negra, ajada, desgastada y raída que le cubría de la cabeza a los pies, sin ornamento alguno o indicativo mas allá de un simple cordón igualmente maltrecho por muchos años de uso.

Al menos estaba atardeciendo, pronto llegarían al Claro de las Súplicas donde podrían descansar, abastecerse de agua y dormir durante unas horas. Balbión ya solo quedaba a un par de días de viaje, quizá tres.


Cuando Dante surgió entre el cielo encapotado Gabriel ya había dispuesto a la guardia, preparado los turnos de descanso y vigilia así como la disposición de los carromatos cerca del pequeño lago del Espejo. El peregrino no había vuelto a hablar en toda la tarde y se encontraba ya sentado junto a una pequeña hoguera que él mismo había encendido (aunque ninguno de ellos le habían visto prepararla o encenderla) a la vera del lago, como mirando el pequeño reflejo que el agua dejaba entrever de la cúpula celestial de Yakán. Gabriel se sentía inquieto, nervioso. Aquella figura le intranquilizaba pero no veía en él peligro alguno. Era una sensación extraña, casi familiar.
Revisando una última vez que todo estuviese dispuesto y dos guardias descansasen mientras los otros dos vigilaban, se acercó nuevamente al viajero y se sentó a su lado. El calor de la hoguera le reconfortó un poco aunque el hedor de la vieja y gastada túnica no eran precisamente acogedores.
Gabriel llegó a preguntarse si todo aquello no sería tan solo una forma de asegurarse que ningún asaltante o curioso se acercase de mas al hombre...

- Yo conocí a vuestro padre - la voz del peregrino volvió a surgir pútrida, marchita, inerte, como si apenas fuese un resoplido de un agonizante antes de encontrarse con la muerte; aún así Gabriel sintió que se clavaban contra su pecho y se hundían en su corazón. ¿Quién era él?, ¿de qué podía conocerlo?. Antes de que cualquiera de esas preguntas naciese en la garganta de Gabriel fueron acalladas cuando el peregrino se abalanzó sobre él y le arrojó en una férrea presa contra el inmaculado espejo del lago, rompiéndolo en mil pedazos y sumergiendo a ambos en el gélido agua.

Gabriel forcejeó; no se lo esperaba, ni la tremenda fuerza del viejo, ni sus brazos sobre el cuello, ni el frío agua que penetraba por su garganta y le ahogaba. Era increíble pero apenas podía moverse y poco a poco empezó a sentir como la vida le abandonaba...


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Próximo capítulo: VIDA MAS ALLÁ DE LA MUERTE

1 comentarios:

Anónimo dijo...
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