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DAEDORN´S TALES: LIBRO 2 - CAMINO (PARTE 3)

 

 


 Buenas! una semana más seguimos con el los relatos de "Daedorn´s Tales". Recordad que son solo borradores de la historia que luego se corregirán, y prepararán para darles forma y conformar un pequeño libro que espero podamos leer a finales de este mismo año. Gracias por vuestra paciencia y ayuda.

Continuamos, pues, con un nuevo día en el viaje de nuestro grupo!



El día alcanza al grupo con más lluvia, y frío debido a la tormenta. Desde hace muchos años la Mancha en Daedorn provoca que el agua del cielo sea insalubre, oscura. Apenas un eco de lo que antaño fuese, fuente de vida. Calados hasta los huesos el camino entre los marchitos árboles es tremendamente complicado: el barro cubre ya por encima de las rodillas y solo la ayuda de Grokar hace que el extenuado caballo pueda seguir avanzando.

-          ¿Y si atamos al orco delante y dejamos descansar al animal? – la sugerencia de Nimrod es un chiste pero no parece falto de razón. Rundar lleva un rato pensando en que el pobre caballo está a punto de desfallecer.

 

-          Tendrás que convencer a su dueño, pequeño.

 

Nimrod se encoge de hombros. Pese a estar empapado debido su situación encima del carruaje no parece que esto merme sus ánimos. De un salto se introduce en el interior, atravesando las preciosas cortinas y pisando a Sailzan en el proceso. Evelyn parece dormida al otro lado mientras que Dinadar le aparta de un manotazo para evitar que pueda mancharla.

-          Pequeño ¿a qué vienen esas prisas? – el mestizo le hace un hueco, cambiándose de sitio al lado de Evelyn que comienza a desperezarse de una manera poco femenina.

 

-           El viejo herrero piensa que tendrías que convencer a Grokar para que se cambie por el caballo. Dudo que el animal pueda seguir así mucho más.

 

-          ¿El orco tirando del carruaje? – pregunta Dinadar un tanto divertida – seguramente esa bestia esté acostumbrada a cosas peores… y el caballo… bueno, creo que ha vivido épocas mejores.

Sailzan sopesa un momento las opciones para finalmente asomarse por una de las ventana.

-          ¡Grokar, amigo!

El gigante verde grisáceo se acerca desde atrás.

-          ¿Crees que podrías ayudar al caballo a movernos más fácilmente? Creo que el animal está a punto de desfallecer…

 

-          Claro – asiente el orco – podemos guardarle para comer, hace mucho que no como carne fresca.

 

-          ¡No!, no, amigo – el caballo debe descansar. Si nos lo comemos tendrás que tirar del carruaje todo el rato y no podrás encargarte de otras cosas… además se vería raro que llegásemos en un carro tirado por un orco a la ciudad de los elfos, ¿no crees?

Grokar sopesa las palabras del esclavo y luego asiente. Se mueve al lado del vehículo hasta llegar al caballo y coge de los arneses para empezar a tirar. El carruaje ahora se mueve con mayor facilidad y el animal parece aliviado aunque nervioso por tener un ser babeante y enorme a su lado.

-          ¡Así se hace, Grokar! – le anima Rundar desde el pescante – ¡ya queda menos!

El pesadumbrado camino continúa durante horas apenas parando para comer algo de raciones secas. La lluvia imposibilita hacer un fuego en condiciones y el trayecto cada vez se encuentra más desarbolado y baldío, haciendo casi imposible encontrar cobijo del temporal.

-          Allí veo algo – grita Rundar desde el pescante, elevando su voz para hacerse oír por encima de la lluvia y el viento.

Grokar, que sigue junto el caballo, gruñe reafirmando la observación del herrero.

En el interior del carruaje Nimrod yace descansando mientras que el resto parecen un tanto adormecidos. Es Dinadar quien finalmente se asoma por una de las pequeñas ventanas.

-          ¿De qué se trata?

 

-          Creo que es una caravana, quizá viajeros…

La elfa sopesa las opciones. Sean quienes sean deben poner en práctica su pantomima para no levantar sospechas.

-          Está bien, todos sabéis lo que tenéis que hacer. Los “esclavos” tienen que viajar fuera.

Sailzan recibe un pequeño puntapié, empujándolo hacia la puerta.

<Amabilidad élfica>

El mestizo abre la portezuela y sale al frío exterior. Sus pies se hunden en el barro hasta las rodillas y apenas puede moverse por lo que maldice en silencio.

-          Grokar, amigo, creo que tendrás que ayudarme.

El orco finaliza su tarea de ayudar al caballo y retrocede, ayudando a Sailzan en el tránsito, además como guardaspaldas de la elfa es una de sus tareas cuidar de los esclavos por lo que lo levanta en vilo y lo coloca en el pescante junto a Rundar.

-          Evelyn – continúa Dinadar – creo que tu puedes quedarte en el interior. Puedes ser una de mis esclavas personales.

La humana entrecierra los ojos a modo de reprobación pero no dice nada. Ha convivido con los elfos lo suficiente para saber lo que se espera de ella.

-          Estamos llegando a su carreta de cola – avisa Rundar desde la parte delantera.

Efectivamente tras unos minutos de duro avance por el embarrado camino el carruaje élfica llega a colocarse detrás de un carro pesado de aspecto desvencijado cuya lona de tela superior parece haber sufrido numerosos remiendos para mantenerse operativa. Dos bueyes tiran a duras penas del vehículo y en la parte delantera, un humano encapuchado y una mujer se mantienen con la mirada baja mientras Rundar y Sailzan los sobrepasan, sin duda por el origen del elegante carruaje del grupo. En el interior se escuchan voces, seguramente del resto de su familia.

El enano mantiene la compostura y empieza a sobrepasarles pero Sailzan no puede contener su curiosidad al verles.

-          Perdonen, viajeros – comienza - ¿Dónde se dirigen?

 

El hombre sigue con la cabeza gacha pero mira a su mujer con extrañeza sin saber si debe contestar o no. El carro parece ir tremendamente cargado y los bueyes, aunque recios, apenas lo mueven debido al mal estado del camino bajo estas condiciones de lluvia.

 

-          No se preocupe, es simple curiosidad…

 

-          Oh, Señor, llevamos un largo viaje hacia el sur – finalmente la desgarrada voz del hombre se hace escuchar aunque su tono es tan bajo que apenas puede escucharse bajo la tormenta.

 

-          Más allá del río de los Ahogados – continúa su mujer que tampoco alza la mirada.

 

-          Que el Sacrosanto les guíe y les guarde en tan largo viaje.

 

Sailzan hace una pequeña reverencia ante la incredulidad de Rundar y el carruaje élfico les sobrepasa del todo dejándoles atrás. Grokar es el último que les adelanta y no puede evitar relamerse al ver los bueyes. Hace días, semanas incluso, que no come nada de carne fresca.
Cuando ya son una decena de metros los que les separan a ambos vehículos un ruido alerta al grupo: una de las ruedas del carro humano se ha roto por el sobreesfuerzo y el barro, o quizá por alguna roca oculta bajo este. Sea como fuere se detiene y las maldiciones del hombre se escuchan ahora con claridad acompañados por unos leves sollozos de su acompañante. Parece que desde el interior algunas voces infantiles preguntan por lo sucedido pero son rápidamente acalladas al darse cuenta que el gigantesco Orco les mira desde la distancia.

-          Se les ha terminado el viaje – señala Grokar.

 

-          No es de nuestra incumbencia – la voz de Dinadar desde el interior del carruaje – debemos proseguir.

 

-          El Sacrosanto dice…

 

-          Oh, cállate Sailzan – Evelyn se lleva las manos a la cabeza en el interior – son humanos, necesitan ayuda… aunque eso podría poner en peligro nuestra coartada.

 

-          ¿En serio? – Dinadar da un pisotón a la madera bajo sus pies – si se les ha partido la rueda y el eje está intacto solo tardaría un rato en montar una nueva o reparar la que ya tienen, no tardaríamos mucho.

 

Nimrod se despereza en el interior del carruaje y se frota la cara con el antebrazo.

-          ¿Qué pasa?, ¿por qué nos hemos parado?

 

-          Estos samaritanos quieren ayudar a unos viajeros desconocidos – Dinadar escupe las palabras como si la pesasen – como si no tuviésemos ya suficientes problemas.

 

-          Quizá tengan algo de valor… - Nimrod se descubre frotándose las manos mientras se asoma por la pequeña ventana del carruaje.

 

-          No vamos a ir…

 

-          Entonces, Dinadar, ¿por qué Sailzan, Grokar y Rundar se han bajado?

 

La elfa salta sobresaltada de su asiento y se asoma por la portezuela del carruaje para ver como el gigante orco lleva casi en hombros a Sailzan. Rundar se abre paso entre el barro a duras penas pues, pese a utilizar las rodadas para evitar quedar sepultado, el terreno sigue siendo bastante inestable por las lluvias.

<Maldita sea, estoy rodeada de estúpidos>

Dinadar cae a plomo sobre el asiento, como dando vueltas a las posibles repercusiones de los actos de sus compañeros. Evelyn, a su lado, decide salir por la otra puerta del carruaje para encaramarse al techo y tener una mejor visión de lo que sucede detrás.

-          Perdonen, viajeros – la voz de Sailzan vuelve a irrumpir los tejemanejes del humano del carro que tiene parte del cuerpo metido en la parte trasera del carro, rebuscando – hemos visto que tienen un problema con su rueda… quizá podamos ayudarles.

Grokar deja a Sailzan al lado de los bueyes y ayuda a rundar a llegar hasta la rueda rota. El maese enano revisa los bajos del carro y luego la rueda ante la atónita mirada de la mujer que permanece en el pescante.

-          El eje está intacto – comienza Rundar - por lo que solo habría que cambiar la rueda, no tendrán otra, ¿verdad?

El hombre sale del carro y salta junto a Rundar asombrado.

-          Eh, sí, por por supuesto… pero no tenemos nada para pagarles. Apenas nos quedan provisiones y no tenemos yarks con lo que…

 

-          ¿Por qué me insultas? Nadie te ha pedido nada, humano.

 

Desde el interior del carro empiezan a asomar unas pequeñas cabezas: una, luego otra, y otras dos, todos apenas unos niños excepto una joven mujer que mantiene en sus brazos un bebé. La mujer del pescante trata de calmarlos pero las voces curiosas de los niños se amontonan tratando de averiguar quienes son los desconocidos.

-          Basta ya – trata de poner orden la mujer – meteos dentro de una vez.

 

-          Pero mamá, ¡tenemos hambre! – reclama el mayor de los niños, un varón de apenas ocho años.

El bebé comienza a llorar y la joven decide meterse nuevamente bajo el abrigo de la maltrecha lona.

-          Escuchen – intercede Sailzan – no se preocupen, el maestro enano les ayudará y tenemos en nuestro carruaje comida más que de sobra para poder darles parte para su viaje.

El grito de enfado de Dinadar se escuchó pese la tormenta y la distancia. Evelyn, en el techo del carruaje, no pudo contener sus risas pero trató de acallarlas como buenamente pudo.

-          ¿Nuestra comida? – fue Grokar quien se giró hacia Sailzan con gesto interrogativo.

 

-          Sí, amigo. El Sacrosanto dice que debemos compartir con los que más lo necesitan y ellos lo necesitan.

 

-          Pero es nuestra… y no hay mucha.

 

-          Es más que suficiente, amigo. Tendremos que comer menos, como en el viaje con los esclavos, ya sabes, y a cambio estos niños y esta familia podrá seguir su viaje con mayor abundancia. Haremos una buena obra siguiendo las enseñanzas del Sacrosanto.

 

-          Compartir… comida… - Grokar sopesa despacio, intentando auto convencerse. No hace mucho apenas comían una hogaza de pan al día, dejando muy atrás los banquetes de sus victorias en la arena, no pare un sacrificio demasiado exagerado aunque es significativo – Está bien, pero yo necesito comer más así que seguiré teniendo más.

 

Sailzan sonríe y asiente.

-          Ve a por las provisiones del carruaje y coge una tercera parte de todo lo que tenemos. Será suficiente.

El hombre del carro aún no da crédito a lo que sucede: no contentos con ayudarle con el carro aquellos desconocidos se ofrecen a darles suficiente comida como para terminar su viaje sin problemas. Un milagro.

-          ¡Gracias! ¡Gracias Señores y gracias al Sacrosanto! Cre creo que tengo una rueda aquí atrás, aunque es la última que pude conseguir.

 

-          Servirá – Rundar revisa la rueda de madera que le ofrece el humano y la revisa. No es que sea una “gran rueda” pero puede que aguante hasta que mejore el camino. Al menos deberá hacerlo.

 

Mientras Grokar vuelve cargado de sacos y petates el enano se encarga de preparar la nueva rueda. Aún hay que levantar el carro. Los niños y la mujer reciben los regalos del gigante orco con alegría imposible de contener. Pese al temor que provoca Grokar el júbilo embarga a la familia e incluso la madre se atreve a abrazarle. Cuando el orco vuelve hasta Sailzan este le mira con una expresión confusa.

-          Sienta bien – termina concediendo.

 

-          Claro, amigo.

 

-          Dejaos de monsergas – corta tajantemente Rundar – ayúdame a levantar el carro, Grokar, hay que colocar la nueva rueda.

 

En un abrir y cerrar de ojos el enorme orco levanta el carro, aún con toda la familia dentro, y Rundar usa sus hombros para afianzarlo mientras retira los restos de la antigua rueda y coloca la nueva. Sailzan solo puede ver maravillado la enorme muestra de fuerza y resistencia de sus compañeros.

-          ¿Ya habéis acabado o queréis regalarles también nuestro caballo?

La voz de Dinadar desde la distancia azuza a retomar el viaje lo que apresura al resto del grupo a volver  al carruaje élfico.

-          Míralo así, elfa,– intercede Evelyn – hemos perdido gran parte de nuestras sobras para que otras puedan vivir mejor. Sé que no es algo que los elfos entendáis pero sí es algo que las razas menores valoramos.

 

-          ¡Oh, cállate, bruja! Cuando los elfos les pregunten por nosotros verás lo que vale nuestra generosidad.

Rundar vuelve a subirse al pescante del carruaje junto a Sailzan que recibe una leve sonrisa de Evelyn como recompensa. Grokar comienza a tirar nuevamente de los arneses junto al caballo y todo se pone en marcha. Evelyn desciende entonces al interior, divisando en la distancia los saludos de agradecimiento de la familia de viajeros y al sentarse y cerrar las cortinas de terciopelo se da cuenta de que algo falla.

-          ¿Dónde se ha metido ese ratón mediano?

 

-          ¿Cómo? – Dinadar mira alrededor sorprendida – si estaba aquí hace un momento.

Ambas revisan el interior sin éxito y se disponen a preguntar a Rundar o Sailzan cuando un golpe en la parte posterior les hace revolverse. Nimrod trepa por la parte posterior, subiéndose por los baúles y cajas que aún tiene el elegante vehículo élfico, hasta quedar en la parte superior.

-          Qué gente más simpática – comienza como hablando para sí mismo – María tiene un bebé de apenas unas semanas, creo que se llamaba Rod, y el bueno de Theodore me ha dicho que nunca antes había conocido un grupo tan amable escoltando a una noble élfica. Una familia preciosa, ¿no creéis?

 

-          Tienen un camino duro – interrumpe Rundar sin girarse del pescante – no te confundas, es difícil que puedan llegar más allá del río de los Ahogados gente armada que les defienda.

 

-          Cierto – concede el mediano.

 

-          Hay gente dispuesta a sacrificarlo todo por intentar conseguir algo mejor, no solo para ellos, sino para las generaciones futuras... – Sailzan habla mirando al infinito, como recitando un poema. Todos en el carruaje parecen sentir sus palabras como un pequeño dardo que se clava en su alma. Quizá saben la certeza que las acompaña. Quizá el Destino quiso que así fuera.

 

-          Esa gente no sabe lo que hace – Rundar rompe el momento de silencio, como recordando ecos del pasado ya dispersos en el aire – ese tiempo ya pasó.

 

 

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