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DAEDORN´S TALES: LIBRO 1 - NO SOMOS HÉROES (parte 2)

 

 


 Continuamos con la última parte del "Libro 1" en este Daedorn´s Tales.

Espero que lo disfrutéis.

Comencemos!

 

 

 


CAPÍTULO V - DALENT

El viaje siempre es la peor parte. Normalmente no son más de dos veces al año pero suficiente para detestarlo. Quizá sea el hedor de los esclavos humanos lo que aborrezco, quizá tener que aguantar su lento paso por casi dos meses, quizá el tedioso camino por senderos inhabitados hasta el Legado de Null – Dan – At, conocido como “Bastión de Muerte” en la lengua común. Sea como fuere las caravanas de esclavos son una importante fuente de ingresos para mi Señor, Fignural Dan – At y su Casa élfica.

Me recoloco el peto y el espaldar sobre los ropajes finamente decorados y puedo sentir los acolchados. Al menos no tengo que ir andando como los Guardias de los Condenados; desde la carreta dejo de asomarme por la pequeña ventana y cierro la cortina de terciopelo rojo. Mi Señor se afana en limpiarse la nariz, sin duda molesto por la gran cantidad de polvo y mugre que nos ha acompañado durante todo el viaje.

-          Creo que llegaremos al anochecer, mi Señor.

Fignural asiente sin mucha atención, se trata de un noble bien posicionado entre las Casas y, pese a encargarse de la tediosa tarea del transporte de esclavos y su gestión parece congraciado con las ventajas que le otorga hacerlo. Bien es sabido en Null – Zar – Oc, Bastión de Condenación para las razas menores, que la tarea de Fignural no es algo que a muchos elfos les regocije pero la venta de cada lote en Null – Dan - At hace que tanto las riquezas como la influencia entre ambas casas se encuentre bien afianzada. Es más, desde que la casa Dan – At llegase a un lucrativo acuerdo con Lil –Tal – En, el Legado de Ciudad Gris o Null – Tal – En en la legua élfica, todo parece indicar que se posicionará como la Casa más importante en todo Daedorn. Una razón más para estar cerca de Fignural como su mano derecha y aguantar estos viajes.

<Siempre el viaje de vuelta se me hace eterno.>

Pienso en la ruta de esclavos y los puntos que recorremos por tierra. Sería una locura hacerlo de otra forma pues los mares ya no son tan seguros como en Eras pasadas. La travesía ya se ha asentado desde sus inicios y la casa Dan – At no ha escatimado Yarks o tropas en asegurarla con algunos puestos de avanzada estratégicamente situados, sin embargo, aún acechan entre las sombras criaturas mancilladas por la Mancha que de vez en cuando tratan de recuperar sus territorios.
Sonrío. El mismísimo
Rondalion – Zar – Oc nos proporciona un buen número de sus guardias de élite para escoltar la caravana: la Guardia de los Condenados son soldados bien preparados y equipados, acostumbrados a lidiar con esclavos y criaturas peligrosas por lo que, en detrimento de mi diversión, apenas hemos tenido percances, más allá de los desfallecimientos y retrasos provocados por la escoria que transportamos, claro.

<El último puesto avanzado ya está lejos…>

Tras el avituallamiento habrá pasado una semana de viaje; cuando lleguemos al pueblacho humano en Valle de Cuervos podremos dejar todo listo para los kilómetros finales hasta Null – Dan – At y por fin podré descansar. Solo recordar la algarabía de palacio, las oraciones del templo o las damas élficas que recorren la zona cercana al Mar de los Demonios siento como la tranquilidad envuelve mi alma y acaricia mi ser. Ojalá estuviese allí.

Mientras echo para atrás la cabeza y la apoyo en el pequeño cojín del asiento me parece ver de soslayo la mirada ausente de Fignural.

Es extraño pero desde antes de recoger al grotesco orco ha estado más callado y taciturno de lo normal. No es propio de él.
Recuerdo como hace varios días, pese mi reticencia, Fignural decidió acceder a añadir a la caravana de esclavos a aquella mole verde-grisácea. No era una buena idea, los orcos siempre daban problemas, o bien porque se peleasen y destrozasen a los esclavos humanos por diversión o hambre o bien porque eran demasiado fuertes para las cadenas que se usaban para el transporte de humanos.
Fignural solo alegó que nos vendría bien algo de distracción para el camino. No le creí entonces ni ahora. Algo en mi interior sabía que no era por eso, había estado demasiado pensativo. La única razón lógica que podía tener era su mayor precio de mercado pero algo me dijo entonces que tampoco era ese el motivo.

<Ese mastodonte solo traerá problemas.>

Sigo recostado pero trato de cerrar los ojos un momento. El nerviosismo de Fignural puede deberse a muchos factores que desconozco. Sea lo que sea lo importante ahora es llegar a Null – Dan – At cuando antes… ya queda poco.

Han pasado varias horas cuando uno de nuestros escoltas personales da unos golpes por encima de nuestras cabezas.

-        -  Estamos llegando, mi Señor.

Me regocijo al pensar en un leve descanso fuera de esta carreta. Pese las comodidades internas no deja de ser un cajón donde cada kilómetro se hace eterno.

-     -     Mi Señor, prepararé todo para que sea de su agrado – me apresuro a asomarme por la ventana, descorriendo nuevamente la pequeña tela que la tapa por el interior del carro. Ya puedo ver ese estercolero que los humanos llaman “Refugio de Ratas”, un nombre muy apropiado sin duda otorgado por alguno de los nobles elfos que designaron la ruta para que pasara por él.

La guardia sigue flanqueando a los numerosos esclavos pero la carreta se adelanta aprovechando el empuje de sus dos vigorosos caballos.

<Este viaje solo hemos perdido seis de esos sacos de carne y huesos…>

Cuando nos detenemos en la posada de Marcus no puedo evitar una mueca de asco. Eso nunca ha sido una posada, quizá para las razas menores pueda considerarse así pero un elfo solo descansaría en su interior como última opción.

-          -  Atad los caballos.

Uno de los escoltas que se sienta sobre la carreta desciende de un salto y se acerca hasta los caballos. En seguida salen varios apestosos humanos para encargarse de ellos y llevarlos a la cuadra a unos metros de donde estamos. El cercado servirá para que los esclavos puedan sentarse, comer y dormir esta noche. Tiendo mi mano para que Fignural pueda salir; aunque el suelo está embarrado por las últimas lluvias su paso grácil hace que apenas manche los faldones de su túnica hasta llegar a las maderas que hacen de escaleras del local. A unos sesenta metros ya llegan los guardias escoltando la caravana.

-       -   Reordenadlos el aquel cercado y revisad las cadenas, luego montad un perímetro y preparad los víveres. Primero haremos la “cosecha” para evitarnos sorpresas.

Los guardias realizan su tarea como una máquina bien engrasada. Pese al cansancio y el barro actúan con marcialidad y empujan con sus alabardas al “ganado” hasta el interior del cercado. Alguno se queja y recibe un buen golpe. Tendrían que haber aprendido ya pero si algo caracteriza a los humanos es su terquedad y falta de memoria.

Me acerco nuevamente a Fignural que se mantiene a la espera en la puerta de la estancia. Entramos de la mano hacia el viejo Marcus, un humano igualmente detestable pero que sabe cual es su sitio. En cuanto nos ve baja la cabeza y deja la llave de la habitación habitual sobre la barra aunque cuando nos dirigimos hacia ella me sorprende ver una mujer sentada a nuestra siniestra, tomando algo que parece comida aunque no huela a nada similar. Pese ocultar sus rasgos con una capucha oscura puedo distinguir sus ropajes y armas. ¿Un Filo de la Muerte? ¿Aquí?

Echo mano a la empuñadura de mi espada para acercarme hacia ella pero me detengo al sentir como mi Señor empieza a subir las escaleras. Llamo a dos de los escoltas.

-        -  Recordad que nada debe importunar esta noche al Señor. No quiero excusas.

Miro de reojo a la elfa y aprieto los dientes. Sea quien sea está lejos de ningún legado. Ningún “Filo” trabaja tan alejado de su Señor. No es una buena señal pero no me preocupa los tejemanejes de las Casas y sus sicarios. Si hubiese pretendido atentar contra nosotros no la habríamos visto venir hasta que estuviese sobre nosotros, además de que parece tan sorprendida de vernos como nosotros.

<Luego quizá.>

Me apresuro a salir de la casucha y miro como se dispone ya todo para pasar la noche. Sonrío al fijarme en la herrería. Ese malnacido de Rundar “Un ojo” me estará esperando en su interior.

-       -   Preparad a cuatro de los guardias para la “cosecha”. Tengo que pasar por la herrería antes pero antes de que salga quiero que todo ya esté en marcha. Necesito alegrarme un poco el día con los lamentos y gritos de estos sucios bastardos. Recordad, si alguno de ellos opone resistencia haced cumplir la Ley y ejecutarlo sin miramientos. Servirá de escarnio público.

Vuelvo a pisar el barro para dirigirme hacia la herrería. Ansío el día en que ese maldito enano hijo de mil padres decida alzar su mano para defenderse y probar mi acero. Es lo único que me motiva en estos soporíferos viajes. Quizá esta vez lo logre…

 


CAPÍTULO VI - FIGNURAL

<No, no puede seguirnos. Estoy a salvo.>

Por mucho que lo repito no me lo creo. No es cierto. Sus ojos me persiguen, saben quién soy y dónde estoy. No debí aceptarlo. El peso de la responsabilidad y el temor se han apropiado de todo mi ser y siento escalofríos. Apenas he logrado conciliar el sueño desde que lo recogí, me atormentan pesadillas y su voz me acosa. No, no estoy a salvo. Debo llegar, cuanto antes.

El camino desde Null – Zar – Oc  hasta Null – Dan – At nunca me pareció tan largo, tan pesado, tan agobiante. Ya no me importa cuántos estúpidos humanos lleguen al Legado de la Casa Dan – At, solo quiero llegar.

<Está cerca… siempre está cerca…>

Aprieto los párpados para evitar que la luz pueda filtrarse por la cortina aterciopelada que cubre la ventana de la carreta pero aún así siento el cálido poder arcano que emana del escondrijo secreto entre mis pies, bajo los asientos.

-          Creo que llegaremos al anochecer, mi Señor.

La voz de Dalent me proporciona algo de aliento aunque es momentáneo. Quizá ese estercolero de ratas pueda servirnos de cobijo y, desde allí podremos acelerar el paso los últimos kilómetros serpenteando por el Valle de Dientes de Sangre hasta la ciudad. Todo habrá acabado pronto… seguro…

Un bache hace que todo el carromato de un respingo y se me escapa una maldición ahogada entre mis dientes. Dalent no parece escucharla, tal vez sí. No puedo confiar en que pueda protegerme por eso he decidido no contarle nada. Es mejor así. És un buen soldado y un excelente luchador pero es difícil saber si será suficiente, si los Guardias de los Condenados serán suficientes o si el gladiador orco recogido en la Casa de Kaeron servirá para frenarlo.

El tiempo pasa despacio, como si los dioses jugasen a contar cada grano de arena que cae por el relog.

<No, no debí aceptarlo.>

Ya es demasiado tarde para echarse atrás. Debo pensar en la recompensa, en el reconocimiento, en la gloria. Kanel estará muy contento de mi llegada y sin duda me colmará de honores y, sin duda, una posición de importancia a su lado, quizá incluso el mando del Legado cuando él se alce con el trono élfico.

Una breve sensación de calma, cálida y reconfortante, trata de abrirse paso en mi interior pero pronto se ve sofocada por la cruda certeza de acuciante peligro que nos rodea. Mis manos se juntan, abrazándose para evitar que se muevan compulsivamente. Al cabo de unas horas Dalent me avisa que estamos llegando al asentamiento humano, el último antes de nuestro destino. Necesito descansar pero dudo que pueda hacerlo esta noche; no lo hice la anterior y no lo haré la siguiente.

Cuando la carreta finalmente se detiene siento el ansia de querer abandonarla cuanto antes. Dalent me abre camino, como siempre, y pese al barro y la humedad de la noche mi cuerpo no se permite el lujo de sentir nada más allá del miedo a lo inevitable. En un momento, mientras él reorganiza los guardias y esclavos, me apresuro a alcanzar la puerta de la asquerosa taberna humana. El hedor en su interior es horrible.

Dalent vuelve, acompañándome al interior para facilitarme el proceso de llegar a algo similar a lo que las razas menores entienden por una habitación individual. Escucho sus voces avisando a los guardias que flanquearán la puerta de mi cuarto.

Finalmente me desplomo sobre el jergón de paja cubierto con unas finas sábanas de lino y algo parecido a una almohada. Antes de intentar conciliar el sueño rezo a Il – Danaq, esperando que la noche pase rápido y podamos retomar el viaje cuanto antes.

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<¿Qué fue eso?>

Me despierto sobresaltado aún tendido en la cama. A través del vidrio de la ventana puedo ver la oscuridad de una noche cerrada donde Nameter parece haber quedado oculta. Gritos. Golpes. ¿Lucha?

Me pongo en pie justo al tiempo que la puerta vuela por los aires en mil pedazos, arrojando centenares de astillas por doquier que se clavan en mi piel y rasgan mis finos ropajes.

<Me ha encontrado.>

Grito tan fuerte que las estrellas tiemblan hasta apagarse.


 



CAPÍTULO VII – ANGER

Necios. Estúpidos necios.

Creyeron que estaban a salvo. Que sus patéticos guardias pertrechados les salvarían o que sus armas mundanas podrían herir su destino. Estúpidos elfos.

La niebla lo envuelve todo, como una telaraña espumosa, quedando atrapados tanto guardias como esclavos y todo aquel que ha tenido la mala fortuna de cruzarse en mi camino. Es hora de recuperar lo que es mío por derecho.

Los bestígoros salen de entre las sombras y siembran el caos. Caen sobre los soldados cercenando miembros y arrancando cabezas, disfrutando en cada garrazo y deleitándose con el derramamiento de sangre. El ataque es brutal y coge por sorpresa a los elfos, desatando los gritos de los aldeanos y esclavos mientras los guardias tratan de contenerlos… en vano.

Sonrío.

No son criaturas agradables pero sí bastante eficaces. Las ataduras arcanas permanecen fuertemente ligadas a mis manos, guiándoles hacia el centro del pueblo, a la edificación donde descansa el noble elfo.

Un nuevo grito despierta mi interés. No es de un patético humano, no. El enorme orco ha destrozado sus cadenas y trata de liberar a varios de los esclavos pero un bestígoro se ha percatado. Va a ser interesante.

<Pero ¿qué eseso?>

Mis sentidos detectan algo más… forasteros. No serán una molestia. Una elfa trata de hacer frente a una de mis criaturas junto los establos, ayudado por un mediano que dispara con un extraño artefacto de metal mientras una humana ha manipulado las artes arcanas para hacerse invisible y ayudar a los esclavos.

Curiosa casualidad. ¿Lo será?

Los guardias elfos han sido casi completamente masacrados y centro mis esfuerzos en reunir a los bestígoros que quedan junto a la posada humana.

Escucho nuevamente un grito de guerra… ¿enano esta vez? Efectivamente un ser de barba prominente empuña dos martillos enfrentándose a uno de mis siervos mientras el resto de forasteros se ha congregado alrededor del orco y un mestizo. El resto de esclavos ha huido o muerto. No voy a perder mi tiempo con semejante escoria.

Me centro en el piso superior del edificio y mis sentidos navegan entre las brumas hasta el interior de uno de los monstruos que han entrado. Guio al resto para acabar con los dos últimos escoltas del noble. Quizá hayan muerto varios de mis lacayos pero quedan los suficientes para terminar el trabajo. Cuando la puerta es derribada saboreo el miedo del larguiducho elfo y clavo mis ojos en los suyos.

<Te lo dije.>

Su muerte no es rápida ni digna, no lo merece. Pronto sus tripas quedan esparcidas por todo el suelo y su gesto de horror queda grabado a fuego en mi retina. Lo saboreo.

Con el grito de dolor del elfo decido que ya es suficiente. Poco a poco disperso la niebla y desbando mis monstruosas herramientas. Desciendo de mi posición privilegiada y me encamino al pueblo para recuperar lo que nunca debió serme arrebatado.

<Me había olvidado de los forasteros…>

Las seis criaturas se han congregado alrededor del carro, hablando entre ellos mientras deciden qué hacer con el inesperado beneficio de Yarks y joyas de los elfos. Dos de ellos son esclavos liberados mientras que el resto representan una amalgama variopinta de desarrapados y pordioseros de diferentes razas que apenas tienen algo que llevarse a la boca.

<Como no, el mediano está hurgando en el interior del carro.>

Es la elfa la primera que se percata de mi presencia por el camino que llega al pueblo, sin embargo es la humana desnutrida la que parece tener algún conocimiento de las energías arcanas. Puedo saborear su odio, su poder, su Mancha. No es ningún peligro aunque se lo propusiera. Con el aviso de la elfa el resto: un enano, un mestizo y un orco, me encaran a no más de sesenta metros. El mediano sigue oculto en el interior del carro, aferrando su tesoro como buena alimaña creada a tal efecto.

-        -  Dadme lo que es mío.

Mi voz resuena como un relámpago en el silencio mortuorio del pueblo. Decenas de cadáveres contemplan inertes la escena. Contengo la niebla junto mis pies para que los forasteros puedan ver mi túnica de tintes oscuros pero no distingan mi rostro. Espero un instante para que los forasteros se decidan a traérmelo pero gastan el tiempo en discutir estupideces y preguntarse entre ellos. Ahora me queda claro que no se conocen y solo el Destino ha querido tener la mala fortuna de reunirlos esta noche en mi camino.

-        -  Dádmelo. YA.

El enano, un antiguo campeón de su raza, se adelanta y blande excusas impropias de un ser de su madurez. No piden nada a cambio, no regatean, dudo incluso que sepan qué tienen en su poder. Sería sencillo acabar con todos ellos con un gesto de mi mano pero entonces caigo en la cuenta que no están solos. ¿Por qué les protege?

Esto dificultará las cosas pero no conseguirán quedarse con lo que me pertenece.

-      -  Como deseéis pequeños ratoncitos pero pronto descubriréis que es una pesada carga, tan pesada que suplicaréis que os deshaga de ella…

Parecen indecisos, perdidos, confusos. Perfecto. En unos días estarán matándose entre ellos por decidir qué hacer. No descansarán, comerán o vivirán sin que mi mano constriña sus cuerpos y atenace sus mentes. En breve será mío.

Desaparezco ante sus ojos y les dejo, por el momento, adentrándome en la Oscuridad para prepararme ante lo que se avecina. Las fichas ya se han desplegado en el tablero. Veremos si cumplen su cometido.

 


CAPÍTULO VIII – FORASTEROS

Rundar revisa una y otra vez los alrededores en busca del extraño desconocido que acaba de desaparecer delante de ellos. Nada. Ni rastro. Dinadar, parece liderar el caos reinante mientras Evelyn ha aprovechado el momento para aumentar su bolsa con los trofeos de una batalla que nadie ha ganado. Por lo menos los esclavistas seguro que no. Nimrod acaba de salir del interior del carro pero aun esconde entre sus manos el tesoro recién encontrado; por último Sailzan termina de ayudar a Grokar a equiparse que trata de recuperarse del combate con los bestígoros.

El pueblo despierta de su letargo y los supervivientes empiezan a arremolinarse en las cercanías, pateando los cuerpos destrozados de los guardias elfos y festejando seguir vivos. Para todos es un milagro.

-          No sé quién era ese pero os aseguro que no es un pelagatos – Rundar continúa la conversación tratando de no perder detalle de la gente que empieza a llegar.

 

-          Si hubiese querido podría haber acabado con nosotros… - continúa Evelyn con claro gesto de preocupación - ¿Alguien sabe de lo que hablaba?

 

-          Quizá fuese algo que habéis robado del cuerpo del mercader – Sailzan termina de quitarse los restos de las cadenas en sus muñecas y mira a Grokar – está claro que esas bestias no atacaron por casualidad.

 

Grokar gruñe y recoge un hacha del suelo para luego empezar a revisar los paquetes y mercancía que tiene el carro. Entre los baúles de ropas y los petates de alimentos hay también algunas armas que podrían utilizar.

-          Ese hombres les dominaba… de alguna forma – Evelyn vuelve a alzar la voz aunque es un hálito apenas perceptible.

 

-          Cuando desapareciste qué estabas buscando, ¿bonita? – Dinadar aún se duele de sus heridas por el combate con los bestígoros pero enfunda una de sus dagas y se acerca hasta Sailzan mientras habla – quizá sea algo de lo que robaste…

 

El enano refunfuña algo en su lengua para finalmente darse cuenta que el mediano aún se encuentra dentro del carromato élfico.

-          Seguro que ha sido el mediano – sentencia.

 

-          ¿No crees que eso es un poco racista? – Sailzan termina de curar a Grokar y se acerca hasta Rundar con gesto serio. Parece cansado.

Finalmente es Nimrod el que toma partido en la conversación aunque lo hace con un tono bajo y neutro, quizá con un poco de temor. No conoce a estos nuevos “amigos” y duda si podrán serle de utilidad en lo que acaba de encontrar. Algo en su interior le dice que la única forma de salir bien parados y con provecho es colaborar.

-          Quizá sea esto.

Nimrod saca de su espalda una pequeña caja de no más de veinte centímetros de largo por diez de ancho. Parece madera con ribetes metálicos y ornamentos dorados. No tiene cerradura pero es fácil entrever que se trata de un recipiente.

Todos quedan momentáneamente callados.

-          ¿Dónde encontraste eso, pequeño ladrón? – Rundar baja del carro al mediano sin mucha cortesía. Su herrería ha quedado bastante dañada por los combates con los bestígoros y muchos de sus conocidos en el pueblo han muerto en el ataque. Necesita respuestas.

 

-          ¿Has intentado abrirla? – Dinadar se acerca y coge la caja, arrebatándosela de las manos a Nimrod que apenas puede reaccionar – No parece que tenga ningún sistema de apertura pero juraría que hay algo dentro.

 

-          Lo hay – La voz de Evelyn vuelve a quedar casi enmudecida por el ruido de fondo – siento algo en su interior… parece preciado…

 

-          Debe serlo si ese ser lo ha reclamado con tanta vehemencia – finaliza Sailzan.

 

-          Solo sé que no puede abrirse – apostilla Nimrod – lo he intentado todo pero no cede.

 

Rundar agarra su maza de armas y se acerca, arrojando la caja al suelo de un golpe de mano.

-          Quizá si la rompemos…

Aunque la reacción es casi generalizada es Evelyn quien reacciona primero.

-          No sabemos que puede haber en su interior pero parece concentrar energías arcanas suficientemente fuertes como para desechar esa idea.

 

-          Coincido – añade Sailzan – hay algo en su interior que no es mundano.

 

Con la caja en el centro de los seis las voces de la gente se hace patente y varios lugareños se acercan. El pueblo ha sobrevivido pero una tercera parte de su población se encuentra herida o muerta lo que ha crispado los nervios por encima de lo habitual a la llegada de los esclavistas elfos. Un hombre, de unos cuarenta años y aspecto cansado se acerca hasta ellos y llama su atención con una leve tos. Al ver que por fin se dan cuenta de su presencia no se demora más y comienza a hablar aunque parece bastante nervioso por la presencia de los cinco forasteros.

-          Perdónenme – comienza – no sabemos quienes son ustedes ni qué ha pasado pero creo que deberían irse. Un noble elfo ha sido asesinado y sus guardias masacrados pero los asaltantes no han dejado rastro alguno… y eso perjudicará al pueblo. Deberían marcharse…

Rundar se gira y mira a Benceslao, el anciano interlocutor que ha hecho llegar el mensaje de malestar del resto de la comunidad.

-          ¿Cómo que no queda rastro de los bestígoros?

Todos revisan los alrededores pero confirman rápidamente que aunque en el combate tanto los elfos como ellos mismos dieron muerte a alguno no quedan cadáveres que lo corroboren.

-          Cuando los elfos se percaten del asalto a su señor buscarán culpables – continúa Benceslao – y nosotros ya hemos sufrido bastante como para necesitar su implacable sed de justicia…

Dinadar esboza una expresión de incomprensión. Aunque conoce bien la rectitud con la que los elfos hacen cumplir la ley no entiende que problema podrían tener los humanos de Refugio de Ratas.

-          Se refiere a que nos culparán a nosotros – intercede Sailzan.

Grokar gruñe estrepitosamente y alza su arma en señal de desacuerdo. ¿Por qué deberían ellos cargar con la culpa de la muerte del noble elfo? Le hubiese gustado acabar con él, sin duda, pero no lo hizo. Liberar a los esclavos, pese a todo, les pondrá en el punto de mira de los elfos aunque no es algo que le preocupe demasiado.

-          No solo hemos liberado a los esclavos sino que todos los elfos han muerto… tendrá toda la pinta de un asalto por parte de un grupo de rebeldes o algo similar. Nadie creerá el cuento de una partida de bestígoros matando y huyendo.

 

-          Además los bestígoros no cazan en grupo – añade Dinadar – suelen hacerlo de manera solitaria y nunca se alejan de las zonas más pantanosas o de bosque. Nada de eso cuadra.

 

Evelyn mira a los aldeanos un momento. Ella es humana también y sabe de primera mano la crueldad de los elfos y sus artes de “persuasión”. Si los supervivientes del pueblo no tratan de contar una historia creíble seguramente todo el pueblo arda como castigo… y no les hará detenerse en su búsqueda de culpables. Quizá esa fuera la mejor opción que tienen para salvarse.

Nimrod recoge la caja del suelo y vuelve a guardársela para montarse en el carro, trepando hábilmente por la puerta hasta la parte más superior desde la que puede observarlo casi todo a la redonda.

-          ¿Partimos pues?

Todos miran al mediano encaramado a la carreta y luego cruzan sus miradas.

-          ¿Por qué deberíamos viajar juntos? – Rundar parece genuinamente enfadado y se mueve alrededor de los campesinos con los que ha compartido vida los últimos años – Vosotros me conocéis, no tendría que necesitar pedir vuestra ayuda en esto.

El enano revisa las caras de sus vecinos pero solo encuentra miedo y sufrimiento. Sabe que los elfos son despiadados y que la única solución es huir. Él no tendría que hacerlo pero algo, quizá la caja, le llama poderosamente a hacerlo.

-          Al menos no les deis muchas indicaciones a esos malnacidos – continúa – ni descripciones ni dirección de partida… no me gustaría tener precio por mi cabeza y que cualquier zagal barbilampiño me apuñalase por la espalda en una taberna.

Los lugareños no contestan y el silencio se lleva la duda de que harán lo que sea necesario con tal de salvarse a sí mismos.

-          Entonces preparemos la comida y los caballos cuanto antes.

Es Sailzan el que habla pero en seguida Grokar le acompaña buscando el único caballo superviviente a la matanza.

-          Parece que el motivo para partir juntos en la carreta del elfo es la supervivencia – Dinadar se abre paso hasta el pescante y se acomoda en él.

 

-           No te confundas, elfa – Evelyn abre una de las puertas laterales y entra, descorriendo la cortina de terciopelo rojiza – creo que nuestro viaje debería encaminarse a Bastión de Muerte, allí podremos encontrar a algún Erudito Arcano que pueda decirnos qué es esa caja o venderla por Yarks suficientes para no volver a vernos.

Nimrod esquiva un fardo con raciones de viaje y se mueve por la parte superior sin perder el equilibrio.

-          El Yark crea las mejores amistades – añade – a mí me vale.

Grokar termina de amarrar el caballo a la carreta y mira al resto. Con su corpulencia es difícil que un solo caballo pueda llevar a los seis en el carro sin desfallecer.

-          No voy a tirar del carro – sentencia.

 

-          Nadie te lo va a pedir – Sailzan toca el hombro de su amigo y se introduce en el carro junto a Evelyn – ir aquí dentro cómodamente va a ser una deliciosa novedad.

 

Grokar y Rundar se miran un momento antes de que el enano se adelante al orco y trepe hasta el pescante con la elfa. Para ser un viejo herrero no se mueve nada mal.

-          Te voy a estar vigilando, elfa – añade.

El orco sacude la cabeza y estira sus brazos haciendo crujir los huesos con un sonoro estruendo. Finalmente se agarra a la parte trasera y se acomoda notando como el caballo comienza a moverse y con él, con un pesado esfuerzo, el resto de la estructura. En breve todo el grupo se aleja de Refugio de Ratas al abrigo de la noche.

Nimrod enciende las cuatro linternas de aceite del carro y termina de colocar los bultos antes de tumbarse sobre ellos. No es el lugar más cómodo del mundo pero para el mediano parece suficiente.


-          ¿Y si nos encontramos con alguien por el camino?

La pregunta de Rundar coge por sorpresa al grupo aunque Evelyn contesta desde el interior.

-          Una mercader élfica con sus guardaespaldas enano y orco además de un par de esclavos: un humano y un mestizo.

 

-          ¿Y el mediano? – insiste Rundar.

 

-          ¿Qué mediano? – Zailzan ríe y al momento el resto del grupo se une a las risas como si el chiste se contase solo. Nimrod yace sobre el carromato con las manos aferrando fuertemente la caja, tratando de descifrar como abrirla.

 

-          ¿Os dais cuenta que vamos de camino a la ciudad donde pensaban vendernos como esclavos con el carruaje del noble elfo que comandaba la caravana, verdad? - La obviedad de Sailzan hace que las risas cesen y el silencio vuelva a apoderarse del grupo.

 

-          Ya pensaremos en algo de camino –Dinadar trata de restar trascendencia a la puntualización de Sailzan aunque no deja de ser cierto – tenemos aún al menos cinco días de viaje para hacerlo…

 


 

 ***

 

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