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Capítulo VII: Arena y Muerte (I)



Buenas. Dejando de lado cosas mas importantes como el desastre de Valencia (ánimo y fuerza para todos los que los han sufrido), la celebración de la Eurocopa de la Roja o el final de la crisis (al menos durante esta semana) vamos a continuar con la rutina semanal con otro pequeño fragmento del relato/cuento/novela "Hermanos de Sangre" y el comienzo del capítulo VII.

Como siempre dar las gracias a tod@s aquell@s que dan su apoyo, su ayuda y su paciencia...

Allá vamos.





CAPÍTULO VII: ARENA Y MUERTE


Como una señal nacida de la voz ultraterrena todo alrededor tembló. De los márgenes mas orientales de la Llanura del Ocaso surgió una descomunal tormenta de arena arrasándolo todo, chocando contra los círculos de guardias y soldados y derribando a aquellos menos protegidos como si de metralla se tratase. Por desgracia la arena no era el mayor de los problemas que nacía con la amenaza del Señor de Loredén; tras ella surgieron decenas, centenares de figuras no muertas, esqueléticas o en descomposición, empuñando armas, portando armaduras o montando caballos igualmente decrépitos, arremetiendo sin dilación ni piedad contra todo aquello que se interponía en su camino.



Todo había nacido de la sorpresa y creció como la pólvora por la Llanura extendiéndose entre los invitados y curiosos que no dudaron en huir presa del pánico mientras los escudos de los guardias recibían el envite no-muerto. En el centro de piedra el caos era aún mayor: las Hijas intentaban recomponerse del impacto, recobrando la conciencia solo para encontrarse sumidas en una batalla inesperada. Indefensas, Valeria trató de acercarse a Alanda para librarla de las fauces del "dragón de hueso" pero este la golpeó con su cola, lanzándola por los aires hasta chocar contra una de las piedras y quedar tendida e inmóvil.

Eduardo sostenía ya en sus manos su espada presta, para el combate; su rostro era una mezcla de excitación y sorpresa, como si se hubiese encontrado, de repente, con un digno regalo para tan magna celebración.

- ¡Maldito ser del abismo, seáis quién seáis pagaréis con vuestra vida por esta agresión!.




El primogénito Desferro se lanzó al combate, bloqueando con su espada el nuevo ataque de la cola del "dragón" mientras avanzaba flanqueándolo. Eduardo no era ningún novato y sabía que tendría que atacar al ser infernal por uno de sus costados para evitar sus fauces y garras, aprovechándose de su menor tamaño y mayor velocidad.
El ser de hueso entonces reculó, batió sus ajadas alas y ascendió un poco, lo suficiente para volver a caer, encarando a su atacante y que sus patas delanteras volviesen a golpear el suelo alrededor, lanzando a Eduardo varios metros hacia atrás rodando por el suelo como una fútil brizna de paja.

- Estúpido niñato, vosotros me habéis invitado... y yo solo quiero devolver todo aquello que me distéis...

Baltazar mantenía una de sus manos en alto, ahora alzada al cielo, dejando la otra para controlar unas cadenas que aferraban a la bestia. Su mirada de ultratumba se centró entonces en la joven y hermosa Alanda, que se empezaba a incorporar tras la caída inicial. Con un suave movimiento de mando el Señor de Sanaustra hizo que el dracocadaver avanzase, alzando una de sus garras y aferrando a la aterrorizada princesa. Para ella tal experiencia rozaba la pesadilla mas profunda y por suerte su cuerpo no pudo soportarlo, sumiéndola en el descanso de la inconsciencia.

Las filas de la familia Desferro e Izauba estaban descompuestas. Corrían a la "seguridad" de los soldados entre el caos, la arena y los gritos de terror de aquellos que se encontraban cara a cara con las huestes no muertas. Francisco había logrado mantenerse en pie ante el primer impacto y, al ver aquella abominación atacando a los prometidos, no había dudado en desenfundar su arma y correr hacia ellos, sin embargo, la tos había vuelto a brotar y un dolor agudo se había anidado en su pecho haciéndole desfallecer de rodillas. Gabriel se encontraba con él y cuando sus miradas se cruzaron el joven Desferro ya sabía que Francisco atisbaba las puertas de Arcadia. Con sangre aún brotando de sus labios y lágrimas de impotencia en sus ojos el patriarca Desferro apenas podía respirar, aferró la mano de Gabriel y, antes de que pudiese despedirse o entonar alguna palabra de consuelo, ánimo u orgullo, sintió escapar la poca vida que ya quedaba en su marchito cuerpo.



 
Gabriel mantenía su cabeza entre sus brazos y cogía su mano. No lograba entender como su padre, aquel que había librado mil batallas y llevado a su Casa hasta la grandeza, ahora yacía inerte, caminando solo para reunirse con su querida esposa mas allá de las puertas de Arcadia. Era casi como brujería.
Dejó su cuerpo con cuidado en el suelo, como si toda aquella batalla no importase, como si los granos de arena que volaban alrededor nunca hubiesen existido. Luego recogió la espada de su padre y se giró ante el tremendo ser que había arrojado a su hermano, el gran guerrero, como un pelele y aferraba a Alanda entre sus garras; entonces lo vio.

Aquel ser de aspecto cadavérico, de ropajes y armadura comida por la herrumbre, ese "hombre del pasado"... sí, era él. Gabriel ahora estaba seguro de que lo había visto antes. Entonces sus manos juguetearon bajo sus ropas palpando el extraño colgante que había encontrado en las ruinas de la lejana Loredén, entre los marchitos cadáveres de la Cicatriz y las huestes de Sanaustra. No, no podía ser y, sin embargo, estaba seguro de que así era.
Sacudió la cabeza para alejar de allí, de ese momento, todo lo que había ocurrido, lo que le había llevado a aquel lejano paraje con su grupo y aquel extraño pensamiento, como una voz, que le había hecho recoger aquella joya entre las ruinas. Todo tendría respuesta aunque aquel no era el momento de buscarlas. Haciendo acopio de fuerzas, con el dolor lacerante aún latiendo en su hombro, se lanzó contra aquella bestia y su jinete. No podía permitir que Alanda, su amada, sufriese tan horrible destino por su culpa, moriría mil veces antes de que ello sucediese.

La espada de Gabriel sesgó el aire y golpeó con fuerza la zarpa de la bestia. Había conseguido alcanzarla y quizá el golpe lograse liberar a su amada. Todas sus esperanzas se esfumaron cuando la espada se partió en dos, destrozada, sin mellar apenas el hueso de aquel ser mágico. Con una mirada de desolación y sorpresa Gabriel retrocedió un instante, antes de que la otra zarpa le golpease, rasgando su armadura y lanzándolo contra las rocas. El golpe fue brutal. Gabriel no volvió a levantarse.


 
Con las huestes no muertas destrozando las defensas de Izauba y Desferro, Alanda en las garras del "dragón" y sus defensores muertos o inconscientes alrededor, parecía que nada podría detener la masacre de la tormenta de arena. Fue entonces cuando, entre el torbellino de polvo, Tusana avanzó serena, sola, hacia Baltazar. Cuando la criatura draconiana se disponían a devorarla fue este quien detuvo sus fauces, complacido de ver tan hermosa criatura.

- Vos sois la Reina Tusana, hija de Amanda "la deseada" - la voz de Baltazar resonaba entre la tormenta como si de un demonio del trueno se tratase -  yo soy Baltazar Alexander, Señor de Sanaustra. Es mi deseo haceros llegar mi desacuerdo para con este enlace, nacido de la traición y la mentira.

Tusana sintió una punzada al escuchar el nombre del Señor no muerto. Sabía que Baltazar había sido uno de los Reyes de la Gran Guerra y la lucha contra Guideón. Aquel que había cerrado las puertas del Ágate encerrando a los demonios en la Cicatriz. Incluso había escuchado que en el Pacto era él quien había sido designado para unir las Casas de Sanaustra e Izauba... unión que nunca llegó a realizarse...

- ¿Cómo osáis cargar contra gente indefensa, destruir la Unión de Sangre y faltar a nuestro honor?, ¿con qué derecho?.  Si realmente sois quien decís os tenía por un hombre de honor y no un bandido asesino y cobarde.

La risotada de Baltazar prácticamente detuvo la tormenta de arena, sangre y acero de alrededor.

- Atacáis con los ojos vendados. Mío es el derecho que reclamo ahora, como hice años ha, y que me fue negado bajo losas de piedra y muerte. Esta vez dejaré atrás el honor y pagaré a vuestras Casas como a mi me pagaron. Vos no sois ni un atisbo de lo que vuestra madre fue pero vuestra hija ha adquirido su legado. Ella será quien cumpla el deber adquirido por Izauba antaño y quien reine conmigo en este nuevo despertar de Yakán. He dicho.


 
Tusana se preparó para replicar, para alzar su voz entre la arena, pero las alas del ser mágico aletearon nuevamente y dejaron atrás todo aquello. Baltazar conducía su montura hacia los cielos con Alanda apresada entre sus garras, nadando en el ojo del huracán hasta apenas desaparecer entre las nubes.

Cuando el Señor de Sanaustra no fue mas que un punto lejano la tormenta cesó y los huesos cayeron inertes al suelo, desapareciendo como el polvo y la arena, dejando tan solo el recuerdo de su paso por medio de la sangre, la muerte y el dolor de aquellos que habían intentado detenerle. El caos había cesado pero el terror y la desesperación de las gentes de Yakán solo comenzaba...


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- ¡Maldita sea, ten cuidad!.

Eduardo maldijo denuevo y se sentó sobre el improvisado catre en el cual recibía las curas. No eran heridas graves pero el golpe le había fracturado un par de costillas y le habían tenido que colocar el hombro izquierdo. La muchacha que le trataba las heridas lo hacía con el mayor de los cuidados pero la deshonra de la derrota causaba mayor malestar en el joven que cualquier herida que hubiese podido sufrir.
Gabriel estaba en la misma tienda, con la cabeza vendada por el golpe y nuevos vendajes en la herida de su hombro que tan solo servían para recordarle la falta de Alanda a su lado.

Cuando entró el guardia real de Izauba ambos hermanos intentaban vestirse sin demasiado éxito.

- Mi Señor - el hombre se dirigía a Eduardo, era el heredero por derecho y reconocido Señor de Desferro ahora que Francisco había muerto - la Reina Tusana desea verle en cuanto sea posible. Desea que les acompañe hasta su presencia y me asegure que su hermano Gabriel nos acompaña.

- Decid a la Reina que estaré con ella en cuanto aparte a estas incompetentes de mi lado. En cuanto a Gabriel, me temo que no nos será de ayuda y su deber ahora es trasladar el cuerpo de mi padre hasta nuestro hogar. Yo mismo así se lo explicare a la Reina.

Aunque el guardia estaba claramente contrariado no emitió descontento alguno. Realizó una reverencia y salió de la tienda para esperar al nuevo Rey de Desferro.


Eduardo, una vez que este hubo abandonado la tienda, hizo salir también al resto de personas para quedarse a solas con Gabriel.

- Hermano, no tienes nada que hacer aquí. Mi futura esposa ha sido raptada por un asesino y Desferro unirá sus fuerzas a Izauba para rescatarla. Ahora la Reina esta en mis manos y dependerá de mí para recuperar su bien mas preciado lo que nos dará la ventaja que necesitábamos -  agarró el hombro sano de Gabriel mientras se movía a su alrededor hasta quedar justo a su espalda - la muerte de padre ha sido un duro golpe pero algo ineludible. Ahora debes marchar a Balbión para enterrarle como se merece, con madre. Cuando acabes allí debes mantenerte en la ciudad para gobernarla en mi ausencia, yo emitiré los poderes necesarios para que así sea.

Gabriel se sentía impotente, apartado a un lado de todo aquello como su hermano solía hacer. Él era la sombra que era un mero comodín ante las necesidades.

- Alanda... debéis recuperarla. Si sufriese algún daño...

- ...Sería una baja aceptable y un hecho consecuente de esta batalla. Piensa que si la Reina Tusana muriese en esta contienda toda Izauba recaería sobre ella con lo que podríamos aprovecharnos de ello. Si la princesa muere Izauba se encontrará decapitada y a nuestra merced, si la princesa es rescatada con vida será mi esposa y Yakán nuestro nuevo reino. Sea como fuere Desferro gana la partida. La aparición de este nuevo oponente es mas de lo que podríamos pedir.

- Hablaís de esto con demasiada tranquilidad, ¿no creéis?. Padre ha muerto, decenas de soldados y guardias han sacrificado su vida por defenderos y muchos inocentes han regado las llanuras con su vida... por no hablar del sufrimiento que nos espera en esta guerra.

- Gabriel, hermano, ten cuidado con esas palabras, no eres quien para hablarme así. Ambos sabemos que no se puede beber vino sin derramar unas gotas. Desferro saldrá fortalecido... quizá incluso puedas gobernar Termidón como madre hubiese querido. Es mas de lo que un "bastardo" pudiese desear.



Gabriel apretó los labios y contuvo sus palabras. En Desferro eran muchas las voces que susurraban ese desprecio contra él, había quien se atrevía a asegurar que su madre, Maria Barcaztegui, había quedado en cinta mientras se encontraba visitando GonderHark con su padre Francisco en Balbión. Estas insinuaciones siempre habían acabado con el emisor empalado en una pica, lo que no había logrado acallar los rumores. Eduardo, sin embargo, usaba frecuentemente este término para hablar en privado con Gabriel, cosa que había llegado a pasar desapercibida ya por este aunque ahora, con la muerte de su padre tan reciente, parecía escocer con mayor intensidad.

- Así sea, perdonad mis palabras hermano y que el Hacedor guíe vuestra campaña. Esperaré en Balbión vuestras noticias.

Gabriel miró a los ojos a Eduardo, no había en él odio ni rencor para el primogénito de su Casa, solo el temor y la tristeza del que conoce de antemano el camino errado.  Abandonó la tienda y se dirigió a preparar el cuerpo de Francisco para el largo viaje que le esperaba.


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CONTINUARÁ...

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