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Hermanos de Sangre capítulo V (III)




Vamos a empezar JUNIO con un poco de energía positiva y mucha mucha ilusión. Esta es una canción que me pone siempre de buen humor y que tiene una letra que muchos deberíamos tener siempre en cuenta. Solo DEPENDE DE TI el que tu vida sea la que realmente quieres, deseas y por la que vas a luchar (suele pasar muchas veces que terminas viviendo "algo" que nunca has querido pero son los demás los que te empujan a vivirlo).

Ahora vamos a pasar a algo mas concreto con la III Parte del Capítulo V de "Hermanos de Sangre" titulado "Unión de Sangre".

Como siempre seguimos en proceso de corrección de errores, sugerencias y demás por lo que se acepta cualquier ayuda para mejorarlo ^^

Espero que os guste!!




Y este de regalo... por si aún no estáis a tope del viernes!! XD




Hermanos de Sangre
Capítulo V: Unión de Sangre (III)



Alanda había escuchado estoicamente, como su pretendiente Eduardo, las palabras en la ceremonia, el asombro de los presentes ante las dotes entregadas por ambas Casas y los juramentos realizados en esta noche, precursora de lo que sería la "Unión de Sangre" en tres días. Todo aquello era conmovedor pero a la vez la aterraba y, estaba segura de ello, similares sensaciones acometían en el príncipe Desferro. Solo había que contemplar su rostro para vislumbrar un atisbo de decepción, miedo e incluso ira.

La princesa había aferrado la mano de Jimena, la cual permanecía inquieta a su lado, intentando controlarse. Al menos no tendría que realizar la ceremonia hasta el momento de la unión.

- ¿Os encontráis mejor mi Señora? - la voz de la joven doncella sonaba tan tranquilizadora como siempre y su cálido tacto acariciando su mano lograba que Alanda sintiese disminuir el ritmo de su desbocado corazón - no os preocupéis, pronto habréis jurado vuestros votos y podréis dedicaros a tareas menos sociales.



Alanda esbozó una sonrisa forzada y contempló el festejo que se había levantado por toda la tienda. Los invitados bailaban, comían y bebían mientras felicitaban a su madre y al Rey Desferro por tan oportuno matrimonio, sin embargo Eduardo se mantenía, como hacía ella misma, en su asiento, quizá aún asimilando el alcance de todo lo que les aguardaba. Eran los dos encargados de despejar un futuro que hacía solo unas semanas parecía incierto y oscuro. En los que todo Yakán depositaba su fe y esperanzas, pero no solo sus gentes, sino también sus propias centenarias Casas y las "Hijas de la Luna". Era una carga realmente grande.

El tiempo allí sentada, meditando, sin duda fue demasiado pues cuando la joven princesa quiso darse cuenta Eduardo se encontraba en frente suya, atravesándola con esos ojos negros como el carbón y esa expresión de profundo desprecio. Todo un reclamo para dos enamorados.

- ¿Qué deseáis ahora oh mi querido príncipe Desferro?.

Alanda habló sin entusiasmo en su voz, el cinismo se desbordaba por cada letra que brotaba de sus labios pero sabía que tendría que convivir con ese muchacho demasiado y que debía aprender a contener su lengua... aunque esta noche se le antojaba demasiado temprano.

­- Quizá mi amada princesa de Izauba decida honrar a nuestros invitados con su compañía. Creo que sería lo mas cortés por nuestra parte y, aunque detesto sin duda tanto como vos a todos estos cuervos debo pensar que es lo que se espera de nosotros.

Jimena soltó la mano de Alanda y su mirada indicó cierto tono de aprobación. Tal y como habían hecho sus padres ahora era el turno de los prometidos el mezclarse en el festejo y saludar personalmente a aquellos que habían decidido honrarles con su visita.

Alanda hizo acopio de fuerzas a la vez que Eduardo se separaba y tendía su mano hacia ella; justo en el momento en que la princesa comenzaba a incorporarse algo ocurrió pues su mano volvió a aferrar la de Jimena, con mas fuerza incluso que antes, como si la apremiase ante un peligro que surgía de imprevisto. Cuando los ojos de Jimena se alzaron siguiendo la mirada de su querida amiga y princesa comprendió la sorpresa que inundaba su rostro. Ella misma pudo sentir un extraño vuelco en todo su ser. Era un hecho imposible pero que se alzaba allí para frustrar su convicción.


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Gabriel entró en la tienda de honor escoltado por dos guardias Desferro. El joven muchacho mantenía al aire su oscura cabellera tiznada de incipientes canas y sus ojos desafiantes mientras que su cuerpo vestía con orgullo el peto dorado ceremonial de la Casa. Sus ropajes no eran ostentosos e incluso parecían deslucidos por el uso aunque los allí congregados no dudaron en su linaje y se apartaron a su paso hasta que el muchacho llegó a encararse con Francisco. El Rey Desferro se giró un momento ante su llegada y la mirada atónita del resto de los presentes y luego se dirigió hacia la Reina Tusana:



 
- Ruego disculpéis la demora de mi hijo Gabriel. Sus quehaceres para con la Casa le habían llevado demasiado lejos y pensamos que no podría llegar a tiempo de esta ceremonia - Francisco no era demasiado bueno mintiendo. Aunque para los presentes pudiese ser una disculpa mas que aceptable y creíble para Tusana no eran mas que burdos intentos por ocultar una visita tan poco deseada como inesperada. Allí se encontraba el segundo hijo de la familia Desferro, aquel que se decía era la vergüenza de su propia Casa - ruego a los presentes continúen con los festejos pues tenemos un motivo mas para la celebración.

Gabriel se inclinó levemente ante los presentes y luego se acercó un poco mas hacia su padre y la Reina de Izauba; los guardias se retiraron y los presentes continuaron con la celebración.

- Perdonadme padre pero mi caballo sufrió un percance de camino a GonderHark y no he podido llegar, como me pedisteis, con mayor presteza ­- Gabriel giró su mirada sobre la bella Tusana y no pudo reprimir su asombro pues encontraba en sus facciones algo que le parecía familiar - y ruego me perdonéis también vos, mi Señora, Reina de toda Izauba y belleza solo comparable a la plenitud de las Lunas Gemelas. Sin duda alguna las alabanzas sobre vos quedan cortas para plasmar la realidad.

Tusana miró con renovado interés a aquel joven; lo examinó por un segundo, intrigada en aquello que sus dotes no podían desvelar (cosa que no la había pasado nunca antes), y llegó a pensar en aquellas acusaciones de callejas que hablaban de que aquel que se mantenía en frente suyo no era un hijo legítimo de la casa Desferro o de Francisco Montero, aunque este llevase su apellido. Lo que estaba claro es que era hijo de María Barcaztegui, como el primogénito Eduardo. Fuere como fuese aquel muchacho disfrutaría de la mayor de sus atenciones.

- ¿Estáis seguro Francisco que este hijo vuestro no ha sido educado por nuestras hermanas "Las Hijas de la Luna"?; su lengua es mas hábil que la de muchos de nuestros bardos - el chiste hizo la delicia de los congregados alrededor que no habían podido evitar quedarse escuchando la conversación aunque Francisco no pudo mas que fingir una sonrisa de agrado - sed bienvenido y perdonado, disfrutad de el festejo de la unión de vuestro hermano y mi hija. Quizá ellos también deseen escuchar vuestras disculpas.

- Por supuesto mi Señora.

Gabriel volvió a realizar una sentida reverencia y se disculpó de ambos para dirigirse a los tronos dispuestos para ambas Casas pero, tan solo hubo dado unos pasos, cuando quedó petrificado. Allí se encontraba ella, el ángel de su presidio, sentada en uno de los tronos de la casa Izauba y vestida con sus ropas ceremoniales. Eduardo, su hermano mayor, estaba junto a ella, con su mano tendida tocando la suya. No había nada mas que explicar.


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El rostro de Alanda era un mosaico de incomprensión. Aunque Jimena no había visto anteriormente a aquel joven muchas habían sido las veces que la princesa le había mencionado y narrado como le había conocido en la prisión de la Torre; la reacción de Alanda había sido suficiente para saber que aquel que se hacía llamar Gabriel no era otro que el ladrón que se había internado en los jardines, con sabe el Hacedor que propósitos... quizá el de un espía Desferro, incluso un asesino dispuesto a acabar con la vida de la Reina o de la princesa. Ahora se encontraba allí mofándose de ellas dispuesto a darlas la enhorabuena por la unión que tendría lugar con su hermano. Jimena no podía dar crédito a lo que estaba pasando.

Eduardo se apartó a un lado, soltando la mano de Alanda y mirando de frente a Gabriel mientras este retomaba su marcha. El rostro de Eduardo no podía ocultar el desdén del primogénito para con el niño que se aparta del honor en la batalla, desobedece a su padre y traiciona a su Casa en pos de "vivir aventuras" y desaparecer durante semanas, a veces meses. Para Eduardo aquel no era un igual sino tan solo un inútil mas.

- Bienvenido hermano. Una suerte contar finalmente con tu presencia.

Gabriel trataba de recomponerse de la visión de aquel hermoso sueño truncado en pesadilla.

 
- Un placer volver a veros hermano. Debo felicitaros por la hermosa mujer que descansa a vuestro lado y que pronto deberé llamar "Hermana". Sin duda su espléndida belleza es un don heredado de la Reina Tusana que no tiene parangón en todo Yakán. - Gabriel respiró profundamente antes de dirigir sus ojos a los de Alanda y tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para poder articular palabra - Yo soy Gabriel Montero Barcaztegui, hijo segundo de Francisco Montero Barcaztegui, y, de ahora en adelante, fiel siervo de vos y vuestro pueblo.

Alanda contempló aún perdida la reverencia del joven ladrón y quedó absorta rememorando la conversación que ambos, cuando eran desconocidos, tuvieron en las mazmorras del palacio de Birlad. Finalmente reaccionó al notar la mirada de este en sus ojos y la insistente mano de Jimena apretando la suya.

- Aplacad vuestras palabras hasta que la ceremonia se consume y redimid la falta por vuestra tardanza con algo mas que halagos mediocres. Vuestro hermano y yo nos disponíamos a unirnos al festejo para con los invitados así que no nos retraséis mas.

Muy lejos de herir con sus palabras a Gabriel este pareció disfrutarlas esbozando una ligera sonrisa; Alanda, un tanto nerviosa por la situación, decidió aferrarse a la mano de Eduardo para descender de los asientos e internarse en el festejo, dejando a Gabriel despidiéndose a su espalda con una leve reverencia y a Eduardo con el buen sabor de boca de no tener que cruzar mas palabras con él.

En cuanto la pareja hubo desaparecido entre la multitud de invitados Gabriel no esperó un solo segundo y saltó al asiento mas cercano de Jimena, ante la sorpresa de esta.

- Perdonad mi descortesía y mi atrevimiento bella doncella. Quizá vos seáis tan amable de dedicarme las palabras que vuestra señora me ha negado.

- Pensáis con error, mi Señor. No soy quien para poder entregaros lo que no se me ha dado.



Gabriel estaba tremendamente contrariado. Nunca habría imaginado que su "ángel" fuese la hija de la bella Reina de Izauba y mucho menos que la encontraría en los preparativos para la "Unión de Sangre" con su propio hermano. Pensaba que sería una de las doncellas de palacio y tenía la esperanza de volver a encontrarla en futuras incursiones allí. Los contratiempos no dejaban de acosar al joven Desferro.

­- Disculpadme, he sido un maleducado. ¿Cómo os llamáis hermosa doncella?.

Jimena se sintió mas importante de lo que nunca hubiese podido imaginar. Allí estaba ella, en uno de los tronos destinado a la Casa Izauba hablando con uno de los hijos Desferro... un apuesto muchacho de noble linaje que se sentaba a su lado y la adulaba.

- Jimena es mi nombre, mi Señor, aunque dudo que pueda seros de alguna utilidad pues debo retirarme ya para servir a mi señora.

- Jimena es un precioso nombre, digno de una emperatriz de las tierras de mas allá del Gran Lago - Gabriel se inclinó en el asiento y se acercó un poco mas sobre la doncella viendo como se encendían sus mejillas - ¿no creéis que podríais hacerme el honor de conversar conmigo un poco mas antes de marcharos? tan solo tengo interés sobre vos y sobre vuestra señora ya que va a ser pronto mi "Hermana de Sangre".

Jimena se sintió por un momento indefensa. Su pecho se aceleró y sus mejillas se enrojecían mientras las palmas de sus manos comenzaban a sudar.

- Qui... quizá solo un momento...


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El tiempo se escapaba raudo de las manos y Alanda daba gracias al Hacedor por ello. Habían estado una eternidad saludando a los invitados, conversando de sandeces y banalidades, contoneándose como si fuesen el ansiado trofeo en una justa. Eduardo parecía también sumamente cansado; se trataba de un joven nada acostumbrado a estas lides y en mas de una ocasión la propia Alanda había tenido que interceder para evitar que pudiese perder los estribos y ofender a alguno de los presentes. Era un soldado, un líder en la batalla; aquí, en los juegos palaciegos, estaba totalmente fuera de su elemento y este hecho no quedaba fuera de la percepción de los allí congregados.

Alanda, por el contrario, había sido instruida en estos menesteres desde muy temprana edad. Sabía perfectamente que decir, que hacer y como comportarse con cada uno de los invitados que les salían al paso aunque, tras esa máscara de bondad y placer esculpida en cada una de sus palabras, escondía
un aburrimiento solo comparable con la resignación con que Eduardo llevaba todo aquello. Quizá la joven princesa no tuviese los dones de su madre para "leer en los hombres" pero podía ver en sus ojos como sus pensamientos se estorbaban y amontonaban en su presencia. Era su belleza lo que desarmaba a todos ellos pero su educación y la manera de utilizar las palabras hacía que, definitiva e irremediablemente, cayesen en un profundo agujero del que no podrían salir por su propia mano.
Alanda pensaba que en ese juego si podía encontrar algo realmente divertido en lo que entretenerse.

Aprovechando que Eduardo había entablado conversación con el General FuenJusta de la Casa Desferro (con el que por primera vez se sentía totalmente cómodo y podía conversar abiertamente, librándose de las ataduras de la etiqueta), Alanda se dirigió al exterior de la tienda, al pequeño jardín acotado que conducía a las piedras sagradas de la Llanura.

¿Dónde estaba Jimena ahora que podía necesitarla?. Seguramente estuviese prestando atenciones a la festividad; la doncella no había tenido la suerte de disfrutar demasiado de ninguna anteriormente y era una oportunidad única e irrepetible para ello, no podía culparla. Alanda pensó en como ella se quejaba siempre de su destino, su aburrimiento, su vida y, sin embargo, la joven Jimena apenas dejaba escapar un suspiro teniendo para el resto de su existencia los grilletes de un servicio para con ella y su familia. ¿Cómo podía soportarlo?.

Estaba claro que en Yakán existían gentes mas desafortunadas que ella: pobres, abandonados, enfermos... ella al menos residía en palacio junto a su familia y nunca les faltaría de nada. Era una suerte y su servicio solo un pequeño pago por gozar de esa seguridad.



La princesa respiró el aire fresco de la noche y alzó su mirada para contemplar las tímidas lunas asomando entre las nubes. Era una visión casi divina que la hizo relajarse tras largo rato de intrigas de corte.
Al momento dos guardias de Izauba se ciñeron a sus flancos. Allí, pese a las celebraciones, nadie estaba exento de peligro. Alanda escuchaba los cánticos y festejos de todos los menos afortunados que habían viajado hasta la Llanura para presenciar el enlace. Todos ellos bebían y festejaban esa unión y lo seguirían haciendo durante días o hasta caer rendidos; aún así no era nada improbable que alguien quisiera atentar contra cualquiera de ellos...

Resopló con resignación y miró a los dos guardias con gesto serio.

- Creo que daré un paseo bajo esta hermosa noche.

Los guardias no emitieron sonido alguno y comenzaron a andar tras de ella cuando algo les detuvo.

- Permitidme valerosos guardias de Izauba que sea yo quien escolte esta bendita noche a la princesa. - la voz de Gabriel sesgó el silencio y atacó con fiereza en la tranquilidad de Alanda. Los guardias se giraron y reconocieron la armadura Desferro aunque no bajaron sus alabardas - Es un momento que quisiera aprovechar para conversar en privado con mi futura "Hermana" aunque podéis manteneros en las cercanías. No os preocupéis, mi espada es certera y mi mano rauda, nada ocurrirá esta noche.

Los guardias miraron de soslayo a la princesa, la cual hizo un leve movimiento de la mano dando su aprobación y continuando indiferente su paseo nocturno. Los guardias se mantuvieron a una distancia prudencial, vigilantes, mientras Gabriel aceleraba el paso hasta llegar a la altura de Alanda.

- Perdonadme nuevamente esta interrupción, mi Señora. Parece que las Lunas Gemelas han querido que volvamos a coincidir esta noche, aunque espero que en mejores circunstancias.

Alanda miró al joven mientras sus pies seguían andando por el verde manto de hierba que cubría el suelo.

- Debería denunciaros ante vuestro padre y mi madre, revelar que asaltasteis el palacio de Birlad con sabe el Hacedor que intenciones y que huisteis antes de recibir el castigo merecido...

- Pero no lo haréis. ¿Acaso no creéis suficiente castigo el que mi corazón haya llorado vuestra falta todo este tiempo?, ni tan siquiera pudisteis ofrecerme un nombre con el que acallar mis sueños.

Alanda se giró enfadada y alzo su mano para castigar a aquel descarado pero Gabriel era mas rápido que ella, o quizá estaba prevenido de tal reacción a sus palabras, y detuvo su mano a escasos centímetros de su cara.

- ¿Cómo os atrevéis a hablarme así?, ¿acaso sois vos quien olvida donde estamos o es que no le importa siquiera que sea esta la celebración de un compromiso tan sagrado como la "Unión de Sangre"?. 

- Ójala pudiese obviar tales hechos o la sinrazón de que sea mi hermano y no yo el que contraiga dicho compromiso, sin embargo, ¿cómo evitar que un corazón lata cuando sois vos quien alimenta dichos latidos?.

- Realmente sois un trastornado. ¿Queréis que crea que tan grande es ese sentimiento que ha nacido entre unos minutos de conversación tras unas rejas?.

- ¿Y no es acaso así de pequeño el tiempo que necesita una flor para abrirse ante los rayos de sol?, ¿no es un instante tan solo lo que nos da la vida o nos la arrebata?. El Hacedor dispone de nuestra vida en cada segundo y tiene la facultad y el poder para cambiarla en tan solo uno de ellos; no somos nadie para luchar contra sus deseos.

La risa de Alanda brotó tan natural como todo aquello que les rodeaba. La situación era cómica, casi divertida; allí estaba ese idiota Desferro, el segundo en sucesión, hablándola de amor a la futura esposa de su hermano primogénito en la noche de los votos. Si existía algo que mancillase mas el honor que este acto ella lo desconocía pero él hablaba con total serenidad sin pensar en nada mas que en lo que le chillaba a voz en grito su corazón. Se trataba de una libertad que Alanda desconocía pero no dejaba de ser peligrosa.

- Contened vuestra lengua o yo misma haré que os la corten. Estáis hablando de deshonor con una mujer que pronto compartirá sangre con vos. ¿Acaso no medís vuestros actos?, ¿tan estúpido sois?.

Gabriel había dado rienda suelta a sus palabras. Brotaban directamente de su corazón hacia su garganta sin preocuparse por nada mas. Siempre había seguido sus emociones, sus instintos, quizá por ello nunca había encajado en los planes de su padre y, con la muerte de su madre y protectora, había decidido alejarse de todo aquello que le comprimía y asfixiaba. Ahora se encontraba allí, en frente de su ángel y sabía que aquella mujer estaba destinada a encontrarse con él en este vida o en Arcadia, al coste que fuese necesario.

- ¿Cómo puedo contener mi corazón?, ¿cómo puedo poner barreras al amor cuando este derriba muros y nubla sentido y razón?. No hay deshonor cuando aún no se ha realizado la ceremonia. Estoy seguro que mi hermano daría su bendición por evitar el matrimonio y mi padre solo piensa en lo mejor para su pueblo. ¿Acaso nuestro amor pondría en peligro la unión de las Casas?, ¿no creéis que vuestra madre respetaría vuestra decisión si con ello se mantiene el fin de la guerra?. Si vos me decís una sola palabra yo mismo hablaré por ambos y dispondré todo lo que sea necesario.



Alanda abrió de par en par sus ojos, mirando de frente al joven que aún mantenía presa su mano derecha por la muñeca.



  - ¿"Nuestro amor"?. La maldición de las "Hijas" debe haber caído presta sobre vos porque desvariáis. ¿He hablado yo de amor?, no sois mas que un estúpido muchacho, engreído y trastornado que piensa que sus palabras pueden nublar mi juicio o conquistar mi corazón. ¿Qué sabéis vos de amor?. Siento deciros que podéis marcharos ya, me he cansado de escuchar estupideces sin sentido y ataques a mi honor. Mi corazón es libre y ni vos ni nadie lo haréis preso con palabras...

Trató de destrabar la presa de Gabriel pero entonces este, como azuzado por las últimas palabras de la princesa, dio un fuerte empujón con su cuerpo haciendo que el de Alanda cayese sobre él. Los labios de Gabriel se unieron a los de Alanda por un momento, acallando las voces y sumiendo nuevamente todo en un silencio que pareció eterno. Rápidamente Alanda reaccionó, utilizando toda su fuerza para apartarse del joven Desferro y destrabar la presa que tan hábilmente este había perpetrado. Su rostro estaba consternado, inundado de furia, colérico, pero incapaz de articular palabra alguna.

 
Por el contrario Gabriel parecía sumamente complacido con esta reacción; se apartó un poco mas de la princesa y luego, atisbando a los guardias que se acercaban hacia ellos, hizo una rápida reverencia y marchó a la carrera, desapareciendo en unos segundos entre la multitud de la tienda de honor.


- ¿Se encuentra bien, mi Señora? - los guardias parecían alarmados por la acalorada discusión aunque Alanda dudaba que hubiesen podido distinguir nada de la misma, sin embargo, el rostro que aún trastornaba a la princesa si parecía preocuparles.

- Sí, gracias. Los Desferro son capaces de alterar al mas taimado de los senescales. Creo que terminaré mi paseo sentada en esas piedras de mas adelante.

Los guardias aceptaron la explicación con cierto alivio. Era verdad que los Desferro no eran de su agrado y menos después de una guerra tan cruenta como la que se había vivido en Yakán. Escoltaron a Alanda hasta una roca donde poder reposar y luego permanecieron a una distancia respetable en pos de la seguridad de su señora.


Alanda, ya mas calmada y sosegada acariciaba sus labios con incredulidad. ¿Cómo se había atrevido aquel estúpido descarado?. Loco desquiciado. Malcriado. Engreído. Fresco.
Sin embargo lo que mas la contrariaba era que mientras pensaba todos aquellos insultos en su cabeza no dejaba de sonreír como una tonta.

  
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Bueno, espero que lo hayáis disfrutado, en breve seguiremos con la historia ^^

Un saludo y un abrazo!!!



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