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Final del Capítulo VII: "Hermanos de Sangre"

 
 
 
Como cada Miércoles (mas o menos) ahí va el final del capítulo VII de "Hermanos de Sangre" en el que se preparan las bases de lo que será el rescate de nuestra querida princesita.

Para no variar reitero mis agradecimientos y el hecho de que estas letras de mas abajo son solo los bocetos de dicho capítulo que son publicados aquí en cuanto la tinta se seca de mis dedos con lo que os pido comprensión. Aún hay mucho trabajo para pulirlo, revisarlo y dejarlo completamente "digno" con lo que sigo esperando contar con vuestra inestimable ayuda.

Un saludo y muchas gracias!
Espero que lo disfrutéis tanto como yo escribiéndolo ;)



CAPÍTULO VII (final)
 
 
 
Tusana se encontraba abatida, con su única hija raptada por una Casa caída en desgracia y con Francisco, antiguo enemigo y siempre amigo, descansando para siempre en Arcadia, la situación era surrealista y escapaba totalmente de su control.
Junto a ella, a la gran mesa de su tienda, se sentaba Valeria, Consejera Mayor de las Hijas de la Luna, aún maltrecha pero un apoyo importante en estos momentos. También tenía a Samantha, oficial de la guardia Real, digna combatiente y mas alto cargo del ejército de Izauba tras la propia reina. Finalmente a la mesa había llegado Eduardo Montero, ahora Rey de Desferro, sin apenas un consejero, un oficial ni nadie que pudiese prestarle apoyo en estos momentos de duelo y dolor.

La Reina examinó al muchacho. Ese era el líder, el general que había ganado batalla tras batalla contra sus tropas. Cuanto había de Francisco en él era algo que desconocía pero a simple vista su aspecto le recordaba la juventud mas rebelde de este. El difunto Rey Desferro siempre había sido un luchador, un joven valiente sin demasiada cabeza y temerario en exceso... no era la herencia que ahora necesitaba para comandar un ejército.

Fue Samantha la que, previo permiso de la Reina, comenzó a hablar a los presentes.

- Esta bien, apenas un veinticinco por ciento de nuestras tropas en la Llanura han sido anuladas pese a que no eran grandes efectivos. Nuestros oficiales nos ha confirmado que los soldados de Izauba pueden unirse a un contingente en "La Línea" para marchar hacia Sanaustra y así avanzar hasta Loredén donde, presumiblemente, se habrá guarecido Baltazar. Hay que atravesar el peor desierto de todo Yakán lo que nos dejará muy debilitados... Hemos previsto una cuarta parte de bajas entre movimiento de heridos y aprovisionamiento, lo que nos dejará una fuerza suficiente pero no excesiva para asaltar la ciudad. El principal problema es que desconocemos las defensas y las fuerzas de nuestro adversario... y los trucos que pueda disponer para atacarnos.

Samantha miró a Valeria, esta parecía distraída, quizá aún desorientada por su lucha contra aquel ser ultraterreno, aún así explicó en tono neutro lo que muchos ya sabían:

- Baltazar, el Señor de Sanaustra, defendió la Cicatriz y cerró las puertas del Ágate. Todos pensábamos que había muerto en su reclusión del desierto al igual que su gente y sus tropas pero desconocemos que pacto habrá podido hacer con las fuerzas oscuras para mantener su cuerpo con vida y despertar a sus caídos. Podemos esperar cualquier cosa incluso que los muertos de las arenas le sirvan y nos ataquen sin piedad o cansancio alguno... una muestra de su poder es el ser que montaba, un wyrm, renacido como sus huestes, para servirle.




Fue entonces cuando Eduardo alzó la voz. Sus manos se apoyaron firmes sobre las tablas de la mesa y su cuerpo se irguió ante un nuevo desafío de guerra.

- Desferro esta dispuesto a llevar a sus hijos a la lucha. Nuestras tropas se encontrarán en "La Línea" cuanto antes, es intolerable que ese malnacido retenga a mi prometida ni un solo segundo mas.

Tusana examinó concienzudamente al joven. No era mas que otro varón, otro engreído muchacho con ansias de guerra y la adrenalina del combate, tan fácil de "leer" como cualquier otro. Entre sus palabras se escondían la falsedad y la codicia pero no era nada desconocido para la Reina... sin embargo... ese otro muchacho, ese hijo de Francisco llamado Gabriel era totalmente distinto y aún podía recordar como su mente era como un cofre cerrado para ella. ¿A qué podría deberse?.

- Perdonadme Eduardo Montero, Señor y Rey de Desferro, pero creí que mi enviado os pidió que acudiese a esta reunión vuestro hermano. ¿Acaso el duelo le ha impedido reunirse con nosotros?.

Eduardo miró a la Reina con cierto recelo, ¿para qué requeriría la presencia de una figura sin ningún tipo de autoridad como la de Gabriel?.

- Mi hermano ha decidido velar el cuerpo de nuestro padre y encargarse de su guarda hasta el Baluarte de Balbión donde residirá hasta que podamos necesitar de nuevos refuerzos o apoyo. Es su deber guardar nuestro hogar y honrar a nuestro difunto padre para que descanse para siempre con nuestra querida madre. ¿Acaso necesitáis de él para algo, mi Señora?.

- No. Esa decisión le honra. Cuando el rescate de mi hija, vuestra prometida, finalice podremos viajar todos para honrar a vuestro padre como se merece. Ahora, Samantha, explicadnos las posibilidades de nuestro avance sobre Loredén, por favor.

La oficial de Izauba desplegó un gran pergamino con el mapa de Yakán donde podía verse con claridad la ubicación de las grandes Casas y luego comenzó a señalar los puntos donde se habían congregado las tropas de Desferro e Izauba, desplazando su mano por las sendas y caminos en dirección a Sanaustra y el "Gran Desierto". El tiempo era un lujo del que no disponían pues solo el Hacedor podía conocer las intenciones de Baltazar.


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Gabriel se encontraba de rodillas, apoyando sus manos unidas sobre el cuerpo embalsamado de su padre. La tienda era un remanso de silencio, de oración, de sufrir aplacado por el cuchillo de la muerte. El joven Desferro mantenía los ojos cerrados y se concentraba en recordar a su venerable padre en vida; como le había educado, enseñado, compartido con él los escasos momentos que el liderazgo o Eduardo le permitía.

Gabriel siempre había sido un chico curioso que había compartido su inocencia con su madre, María, mientras que su padre se encargaba de enseñar todo lo que sabía al que sería su sucesor. Mientras Eduardo consagraba los estudios de armas, estrategia, mando e historia para ser un digno gobernante de la Casa Desferro, Gabriel viajaba con María a Termidón, aprendiendo el mundo exterior y fomentando esa faceta ansiosa de respuestas que solo un niño puede tener.
Ahora podía recordar nítidamente como los verdes prados y los frondosos bosques de esa parte remota de Yakán habían cobijado a ambos y les habían revelado los secretos del Hacedor mientras su padre y hermano se encerraban en Balbión, entre frías piedras y oscuros corredores de intrigas, acero y fuego.

Madre. Padre... El Hacedor había llamado a ambos a Arcadia y ahora Eduardo era la única familia que le quedaba, una familia que renegaba de él y le negaba su estatus dentro de la Casa. Siempre había sido un lacayo en sus manos, un peón mas que usar cuando era necesario y ni tan siquiera padre le había considerado un digno retoño de su carne, quizá por esas habladurías que aseguraban que Francisco no era su verdadero padre.


Gabriel acarició el colgante que pendía de su cuello y apartó las manos por un momento de aquel gentilhombre que había mostrado escasos signos de amor pero que, en el fondo, siempre le había dedicado el respeto que otros le negaban. Quizá no podría recordar demasiados momentos a su lado pues en cuanto hubo adquirido la edad suficiente, alentado por su madre, había decidido viajar, abandonar Desferro y vagabundear por toda Yakán; lo que sí podía agradecerle, sin embargo, era ese silencioso amor paternal que compartía con solo una mirada y que derivaba, sin duda alguna, al imperecedero sentimiento que profería a su esposa.

Las primeras lágrimas resbalaron por las mejillas del joven Gabriel al recordar el amable gesto de su padre cuando le abrazó, junto al lecho donde su madre reposaba inerte. Ambos habían sentido el horrible y certero lanzazo de dolor con su pérdida. Ambos eran las personas que mas la amaban en este lado del mundo. Aquello había destrozado a su padre, le había puesto de rodillas y mermado su salud mas que mil guerras. Gabriel recordaba con cariño aquellos días de funeral y como entonces se había sentido mas unido que nunca a su padre, compartido el dolor, comprendido el amor que ambos proferían. También recordaba como la noche en que María había sido confinada en lo mas profundo de Balbión él había decidido desaparecer, correr lo mas rápido posible hasta el confín del mundo y allí gritar, reclamando al Hacedor, a los ángeles y demonios, la vuelta de aquella que siempre había sido su mentora, su amiga, su madre.


 
Apenas la escuchó entrar hasta que su mano se posó sobre su hombro derecho, entonces Gabriel dio un respingo y se incorporó para encararse a la recién llegada. Jimena le miraba con tristeza en los ojos y una mueca de comprensión en sus labios.

- Perdonadme mi Señor, no quería importunaros.

- No, no os preocupéis. Estaba velando el cuerpo de mi padre antes de partir hacia Desferro. ¿Acaso se requiere de mi presencia?.

- No, perdonadme denuevo - Jimena realizó una denotada reverencia bajando la mirada y luego continuó, sin volver a alzarla sobre Gabriel - tan solo quería haceros llegar mi pesar por vuestra pérdida. No conocí a vuestro padre personalmente pero mi Reina siempre habló bien de él pese al enfrentamiento entre vuestras Casas.

- Os lo agradezco.

Gabriel tocó la barbilla de Jimena con cuidado, alzando su mentón lo suficiente para que los ojos de esta volviesen a cruzarse con los suyos.

- Alanda tiene suerte de contar con una dama como vos a su lado.

Jimena sintió nacer el fuego en sus mejillas por lo que decidió mantener la compostura retirándose antes de que pudiesen delatarla. Tras una nueva reverencia giró sobre sus talones y se dirigió hacia la salida de la tienda.

- No, no os vayáis aún Jimena. Por favor, honradnos con el placer de vuestra compañía un poco mas y haced mas llevadero este dolor que lacera mi alma y mi corazón.

- Como deseéis mi Señor.

Jimena se giró nuevamente para encaminarse hacia Gabriel, este había preparado dos taburetes junto al cuerpo de su padre, invitando a sentarse en uno de ellos a la doncella.

- Perdonadme Jimena, ¿de dónde soís?.

- Mi madre proviene de las tierras altas de Údelen pero desde que nací he crecido y me he criado en Birlad, no conozco nada mas allá de sus fronteras y murallas excepto aquellos parajes que los que los viajes de mi Señora me han permitido.

- Cautiva pues, al menos tanto como lo es Alanda. No puedo evitar entristecerme por ello... hay tanta hermosura en Yakán que es un pecado negarla a los ojos de sus gentes.

- No me compadezcáis mi Señor. Soy feliz con mi tarea, con mi Señora y con su familia pues nunca me ha faltado de nada y gozo de todo lo que pueda necesitar. Además Alanda es una amiga que me trata con respeto y eso es mas de lo que muchas doncellas pueden reconocer.

- Perdonadme si os he ofendido Jimena, no era mi intención. Pienso que el pájaro que habita en una jaula dorada sigue siendo prisionero aunque sus miedos le hagan creer que su jaula le salva del hambre, de sus enemigos y de todo lo que pudiese dañarle. La libertad es el mayor de los bienes que posee el hombre desde que el Hacedor posó sus manos sobre nosotros; debemos usarla para guiar nuestros pasos y realizar nuestros sueños... si no lo hacemos seremos esclavos de nuestros propios temores.

- Es un sueño bonito para el hijo de un rey, si me permitís. Dudo que el hijo de un leñador pueda pensar igual, o el de un pescador, o un granjero... o un criado.

- No os confundáis Jimena. Nuestra cuna puede hacernos diferentes en origen y brindarnos posibilidades distintas pero la libertad de decidir siempre será igual para todos nosotros. Un hombre puede cambiar su estrella si así lo desea.

- Sois un soñador, quizá por eso sorprendisteis tanto a mi Señora. Vuestras palabras hablan de sueños y fantasías pero la realidad de muchas personas no cabe en ellas.

- Quizá por ello es distinto, si no somos capaces de soñar no tendremos motivos por los que vivir.


Jimena bajó la cabeza. Allí, se encontraba, junto el cadáver de un rey discutiendo sobre sueños con un príncipe; ella, la doncella, la hija de una sirvienta cuyo padre nunca conoció. Quizá todas aquellas palabras tuviesen algo de sentido.


- Jimena, sois una dama inteligente y hermosa, os agradezco que hayáis compartido estos momentos conmigo.

- Esperad mi Señor, ¿podría haceros una pregunta?.

- Si esta en mi mano responderla.

-  ¿Por qué amáis a mi Señora?.


Gabriel quedó perplejo y sin palabras. Aquella pregunta le había dejado aturdido por un momento mientras se perdía en los cálidos ojos verdes de la muchacha que se encontraba frente a él. Su larga cabellera castaña reposaba gracilmente sobre su hombro y su gesto era el de genuina y pura inocencia.

- He viajado mas allá de los bosques de piedra de Altura, nadado en los puertos de Finisterra y llegado a ver los confines de Yakán bajo las Lunas Gemelas pero fueron los ojos de tu Señora los que cautivaron mi alma y me hicieron preso de sus labios. No se puede explicar aquello que nace del alma y une dos desconocidos pero ahora sé que mi destino esta y estará unido al suyo para siempre

Jimena quedó conmovida por las palabras del príncipe Desferro pero en sus ojos brillaban aún destellos de incomprensión.

- ¿Entonces, por qué permitís que sean otros los que ocupen el lugar junto a ella o que sacrifiquen sus vidas en pos de su rescate?.

Gabriel miró con renovado interés a aquella muchacha. En otras circunstancias no hubiese dudado ni un momento de que era digna valedora de reyes y barones, señora o princesa.

- Nadie ha dicho que vaya a ser así Jimena y esta noche, ante vos y el cuerpo de mi difunto padre os hago una promesa: Alanda será libre y volverá junto a vos sana y salva para decidir su destino como ella crea oportuno. No soy quien para obligar a nadie a decidir sobre su futuro pero también os juro que la serviré hasta que el último aliento se extinga de mi cuerpo.

Jimena pareció conforme y no volvió a hablar, se incorporó, acercándose al rostro del joven Desferro para besar en los labios al sorprendido Gabriel antes de marcharse de la tienda, sin que este pudiese apenas reaccionar.


Quizá si era verdad eso de que todos somos libres para cumplir nuestros sueños - Jimena pensó en las palabras de Gabriel y en su desbocado corazón al besarle. Ahora solo podía rezar porque el joven cumpliese su palabra y rescatase a su Señora Alanda.


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CAPÍTULO VIII: CAMINOS DE VENGANZA

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