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"HERMANOS DE SANGRE: CAP. II - DIPLOMACIA"




Buenas denuevo. Esta vez voy a publicar este fragmento de "Hermanos de Sangre" hoy, Martes, dado que mañana creo que me será imposible... pero no os acostumbréis XD

Espero que os guste... y espero seguir recibiendo vuestras opiniones al respecto ^^

¡Un fuerte abrazo!






CAPÍTULO II: Diplomacia.


Las puertas de la sala de cortesía se habían cerrado ya y la Reina Tusana quedó en silencio, pensativa, con los ojos perdidos en el infinito aire sobre sus labios sellados. El emisario de los Montero había sido claro y específico en sus palabras pero aún mas lo habían sido las que se encontraban, cual entes en reposo, entrelazadas en el pergamino que sostenía entre sus manos. Era cierto. La guerra había durado ya mucho tiempo y ambas casas habían sufrido los daños, inclemencias y sufrimientos típicos de tales actos de contienda. Las tierras se habían empobrecido y sus súbditos pasaban hambre y sufrían por la muerte de sus hijos.

Tusana no era un ser frío ni indemne a estos males. Ella misma había perdido a su marido, el Gran Rey, y con un clima como este seguramente su bella hija marchitaría entre estos muros. Era necesario dar un paso... y Francisco Montero, Rey de Desferro, lo había dado.

Con grácil elegancia Tusana se levantó de su asiento, hecho de roble finamente lustrado y adornado, y se acercó a la chimenea que calentaba la estancia. El escudo familiar reposaba sobre ella y, en su interior, las llamas lamían la piedra y se nutrían de los leños que aún crepitaban en su base. Con cuidado dobló el pergamino y lo arrojó al fuego; mientras este consumía cada letra, cada pedazo de papel, la Reina pensaba en las palabras y las grababa en su cabeza. Aunque la guerra estaba muy igualada no podía evitar pensar en que esto no fuese sino otro ardid para cercenar su brazo aunque no era algo propio de Francisco. Por un momento su mente se permitió volar atrás en el tiempo, a un pasado de paz y belleza, a un lugar que parecía casi borrado de su recuerdo...


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El “Concilio” se abría bajo un precioso cielo azul, despejado, celestial. Las verdes praderas se extendían hasta mas allá del horizonte y grandes árboles milenarios dotaban a la “Llanura del Ocaso” de la majestuosidad de un lugar sagrado y puro como ningún otro. La gran mesa redonda de granito permanecía en el centro, con sus grabados, runas y símbolos sobre ella, perpetuos ante el paso del tiempo.

Los sacerdotes cubrieron sus rostros con las capuchas ceremoniales, de un púrpura intenso, y juntaron sus manos alrededor de la mesa entonando un grave cántico que fue decreciendo hasta desaparecer, disuelto, entre las olas del aire. Finalmente los sacerdotes terminaron la ceremonia y se retiraron hasta quedar en ocho puntos distintos, equidistantes, conformando un nuevo círculo exterior que englobase la mesa y a los allí congregados. El Concilio daba comienzo.





- Montero, Sanaustra, Barcaztegui e “Hijas de la Luna”. Las cuatro grandes Casas de Yakán se han reúnido hoy aquí bajo las lunas gemelas, Dante y Penélope, para crear el “Concilio de la Sangre”. Que las puertas de Ágate contengan a los demonios en sus fuegos y Arcadia guarde a sus hijos en la tierra y el cielo. ¡Que El Hacedor nos bendiga con sus bondades!


La voz surgía al unísono de los sacerdotes, a la espalda de los presentes. Los cuatro congregados alzaron sus espadas al cielo y luego descendieron sus puntas hasta tocar el epicentro de la gran mesa en señal de conformidad. Sus labios rezaron brevemente las últimas palabras de los sacerdotes.




Que el Hacedor nos bendiga con sus bondades.


El silencio se hizo y los cuatro grandes reyes de Yakán se relajaron visiblemente. La primera en alzar la voz fue la Reina de las “Hijas de la Luna”, señora de Birlad y de toda Izauba.

- La Guerra del Alba se ha terminado y las puertas de Ágate están selladas. Mucho es el sufrimiento que ha soportado nuestra tierra y costoso el precio que hemos pagado por ello pero ha valido la pena y ahora Yakán vuelve al descanso eterno y regenera sus heridas en su trono de ónice. Nosotros, los “tocados por el Hacedor”, debemos devolver la paz a nuestras gentes. Para ello hemos alzado la voz y abierto este Concilio de Sangre.

El Señor de Sanaustra, Baltazar, miró de soslayo a la Reina Amanda y sonrió. Era un hombre delgado y menudo, de aspecto cansando y facciones demacradas, como todos aquellos que vivían en esas regiones donde el clima era duro y la esperanza de vida corta.

- Desde Loredén nuestras gentes cerraron la “Cicatriz” y sacrificaron sus vidas por Yakán, ahora que la guerra ha acabado nuestro es el honor y la gloria y mayor debe ser la recompensa.

Ángel Montero,  Rey de Desferro y monarca de la ciudad de Balbión no pudo omitir un suspiro de resignación. Las pieles cubrían su cuerpo y su larga barba trenzada contrastaba con las apariencias mas elegantes de sus compañeros. Sus facciones eran fuertes y sus brazos capaces de arrancar los cuernos a un toro.

- No hemos congregado a los Sacerdotes para hablar de recompensas, sino de equilibrio y de paz. Yakán ha sufrido por nuestra culpa y es nuestro deber que no vuelva a suceder y que la codicia humana no vuelva a destruir lo que amamos. Este debe ser un compromiso de paz y de honor, de valor y de humildad, por el que los reyes de los hombres permanezcan unidos.

Con la aportación de Montero, la mesa esperaba que el ultimo de los allí reunidos, Sebastián de la casa Barcaztegui, diese su opinión al respecto. El hombre, de aspecto sereno y facciones limpias y cuidadas, permanecía con los brazos cruzados frente su espada. Su cuidado bigote se mecía débilmente ante la suave brisa y sus ropajes de lino y adornos dorados daban impresión de encontrarse entallados a su delgada figura. Finalmente hablo.

- Las Casas están mermadas. Todas las familias hemos sufrido grandes pérdidas y nuestras capitales y reinos se encuentran en ruinas. Apenas podremos subsistir al invierno pero hemos vencido a las fuerzas de Guideón – hizo una breve pausa mientras su mano acariciaba su mentón y miró a los congregados, uno a uno, a los ojos – debemos fortalecer nuestros reinos y establecer una paz que permita restablecerse a Yakán.

El silencio se hizo en la mesa y ni tan siquiera el viento osó irrumpir la meditación.

- ¿Cómo proponéis hacerlo Sebastián? – la voz de Baltazar se filtró como el agua entre los quicios de la roca.

- Con Sangre – sentenció Barcaztegui.




Más allá de la mesa, mas allá de los Sacerdotes o de las discusiones, en la Llanura del Ocaso, se cerraba un Concilio que repercutiría a todos los habitantes de Yakán. Tusana miró desde el caballo, junto a su madre y los guardias que las escoltaban, como todo tomaba forma de una forma que ninguno de ellos podría llegar nunca a imaginar. Los eslabones del Destino se habían entretejido con firmeza y a partir de ese momento los Reinos del Hombre quedarían marcados.


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Era increíble como había pasado el tiempo... aún podía recordar esos años de paz y felicidad... esos años de preparativos y promesas, en los que los hijos del “Hacedor” se habían esmerado en fortalecer sus reinos y sanar las heridas de la tierra. Y luego, luego, el Caos nuevamente.

Con el recuerdo aún en su retina Tusana contuvo las lágrimas frente al fuego y apretó sus puños hasta herirse las palmas de las manos.

Ojalá esta vez pudiese confiar en la Fe de los hombres, ojalá pudiese respetar sus palabras o confiar en sus actos. Ojalá la PAZ fuese algo verdadero y no solo una excusa para saciar mentiras y traiciones.


La Reina de Birlad, de toda Izauba, se alzó nuevamente y respiró profundamente antes de llamar a su siervo. Las palabras surgieron secas y sin sentimiento, como asqueadas por aquello que habían descubierto en el fuego.

- Haced llamar a mis consejeros y preparadlo todo para el viaje.


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CONTINUARA...



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